Intentaré ahora responder al comentario 29, realizado por Yabba.
NO HAY AMBIGÜEDADES: TÚ NO LO VES PORQUE NO QUIERES VERLO. YO SÉ LO QUE TODOS VEN.
El Instituto de la Mujer realizó una macroencuesta según la cual se concluía que el 12,4% de las mujeres sufrían “maltrato técnico”. En mi comentario 19 presenté la lista de trece indicadores utilizados en dicha encuesta: responder “a veces” a alguno de ellos era suficiente para que la mujer fuese computada como víctima de este “maltrato técnico”.
Yabba considera muy razonable esta forma de realizar el cálculo de mujeres maltratadas. Yo, por el contrario, considero que las preguntas son de “una ambigüedad tan extrema que cuesta creer que sea involuntaria”. Yabba insiste afirmando: “TODOS sabemos a que se refiere cada uno de esos 13 puntos, y las opciones que ofreces, Athini, no son más que casos muy particulares en los que estás buscando un detallito que NO es a lo que nos referimos y se refiere la encuesta”.
No sé con qué derecho se atribuye Yabba la representación de ese TODOS del que, según parece creer, la única persona excluida sería yo, y lo sería, según él, única y exclusivamente por mi mala fe, por mi maliciosa negativa a ver lo que es de meridiana evidencia. Tal manera de argumentar equivale en la práctica al abandono sin más ni más del diálogo: equivale a decir“tú no tienes razón, sabes además que no la tienes y no es necesario aportar argumentos, porque TODOS saben que esto es así”. Si esto es lo que piensa Yabba de la cuestión, supongo que es inútil insistir, y supongo que este será el motivo por el que Yabba no siente en ningún momento la necesidad de analizar los datos concretos que yo he intentado aportar. ¿Para qué va a prestar atención a los argumentos de quien de antemano no tiene ninguna razón?
Y, sin embargo, para mí la actuación de Yabba es la ejemplificación viva de esa ambigüedad que él niega en el cuestionario de la macroencuesta del Instituto de la Mujer: a él le resulta evidente que tiene que ser respondido según unos criterios que son diametralmente opuestos a los que yo usaría para responderlo. Si a mí mi cónyuge me respondiera con expresiones como “por la cara bonita” (tal y como hace ElPez en el comentario 14) o me acusara sin más ni más de negarme a ver la evidencia que TODOS ven (como hace Yabba en el comentario 29, añadiendo de paso alguna expresión tan amable como “joder”), yo entendería que tal conducta demostraba sin lugar a dudas que mi cónyuge “ironiza y no valora mis creencias”, y no interpretaría de ninguna manera que se trata, como pretende Yabba, “de una ironía amable en medio de una conversación entre amigos”. Es posible que Yabba considere que mi perspectiva se debe a algún tipo de desequilibrio psicológico mío, y seguramente es este desequilibrio psicológico el que me lleva a pensar que Yabba no se toma ni la molestia de leer en detalle lo yo que escribo antes de responder, pero aunque mi desequilibrio psicológico fuera cierto, sería yo, como mujer, la que tendría la última palabra, la que respondería a la encuesta y la que, sin necesidad de aportar más prueba que mi testimonio podría lograr que Yabba fuese condenado por violencia doméstica según esa Ley que él considera tan razonable. Me imagino, además, la cara que pondría la juez ante la explicación de Yabba::
-- Sólo era una ironía amable en medio de una conversación entre amigos, Señoría, pero esta mujer, ya ve usted, está un poco desequilibrada.
-- Ya, eso dicen todos.
SOBRE EL MÉTODO CIENTÍFICO CONSISTENTE EN VER LO QUE HACE EL VECINO
En el comentario número 29, por lo demás, creo que Yabba deja bien claro cuál es el método en que se basan sus aseveraciones: “Joder, que todos hemos tenido padres, abuelos, tíos, vecinos... a todos nos ha pasado ver alguna de estas actitudes”. Así pues, es la observación directa de su entorno inmediato lo que le permite a Yabba sacar conclusiones inequívocas sobre cómo son todas y cada una de las relaciones de pareja que se producen en este país.
Alguien ha llamado irónicamente “sociología de proximidad” a esta forma de proceder. Es precisamente esta “metodología” la que utilizan los fieles creyentes de la casi totalidad de las religiones: en su entorno todo el mundo cree en lo mismo, sólo un loco puede, por tanto, dudar de la existencia de dios y de la verdad del mensaje de esa religión en la que cree "todo el mundo". Es esta la razón por la que la mayoría de los fieles afiliados de un partido político no se explican cómo puede haber seres tan ruines que se nieguen a ver la evidencia que todos ven y se atreven a votar a otro partido político. Es, en fin, el mecanismo mental que permite que las sectas existan, o que una sociedad completa pueda ser fanatizada con un adecuado control de los medios de comunicación.
El entorno de Yabba tiene que ser, por lo que él cuenta, terriblemente machista, y todas las mujeres deben de ser seres angelicales condenadas a perpetua esclavitud por la inferioridad física, la dependencia económica y su propio exceso de bondad. Supongo, además, que Yabba habrá conocido, en ese grupo de “padres, abuelos, tíos, vecinos...” varios casos de asesinatos cuyo móvil no sería ningún otro más que la pura irracionalidad machista, y a partir de esta muestra, sin duda representativa, habrá hecho las pertinentes proyecciones.
EN MI ENTORNO...
Sin embargo, sorpréndanse, en mi entorno las cosas son notablemente distintas. Hay mujeres buenas y malas, y hombres malos y buenos, aunque en ambos grupos predomina lo que podríamos llamar “regular”, o, mejor, personas que a veces son muy buenas y a veces son muy malas, depende del momento y de para quién.
En mi entorno he conocido a algún que otro hombre prepotente (de esos que a la primera de cambio te sueltan un “joder” o un “por tu cara bonita”) casado con alguna que otra mujer encantadora y educada, y he tenido noticias (indirectas) de algún hombre que pegaba a su esposa. Tengo un caso en mi propia familia: uno de mis bisabuelos lo hacía, según me contó, precisamente, mi abuelo (su yerno); sin embargo, yo no he deducido de este relato el que tal conducta fuera "lo normal" ni hubiera tenido lugar porque estuviera bien vista: al contrario, el tono de reproche con el que se me contó la historia dejaba bien en evidencia que hace al menos tres generaciones pegarle a la propia esposa era considerado socialmente como un comportamiento indigno.
En mi entorno tuve una vecina que le pegaba al marido: sí, tales cosas también pasan y pasaban. La verdad es que ambos eran alcohólicos, pero nadie dudaba en el pueblo del “buen corazón” del pobre hombre, ni de lo mala persona que era su mujer. Un buen día ella le dio una paliza tan grande que él no se atrevió a volver nunca más a su casa: A los pocos meses apareció muerto el hijo más pequeño, por una negligencia de la madre. Una noche (uno de los más terribles recuerdos de mi infancia) la guardia civil tomó al asalto la casa y se llevó para siempre a los otros hijos del matrimonio: me quedé sin compañeros de juego.
En mi entorno hay una médica de urgencias que trabaja en un enorme hospital. Esta médica me comenta indignada la situación que ha creado la “alarma social” sobre los malos tratos. Hace algunos años, cada semana tenía que atender un par de casos de mujeres que ella reconocía como víctimas de maltrato, pero se encontraba que muy raramente estas mujeres accedían a sus consejos de poner denuncia. Desde hace algún tiempo, con el vendaval mediático sobre los malos tratos, cada día ha de atender a varias mujeres que llegan frescas como rosas, aseguran tener síntomas imposibles de constatar externamente, pero, eso sí, los describen con todo detalle e incluso se empeñan en dictarle a la médica qué es lo que tienen que escribir en el parte. Mi amiga médica conoce al policía encargado de tramitar estas denuncias, y cuando detecta un caso de los que a ella le parece real le telefonea para rogarle que tramiten tal caso con especial atención y urgencia: "pero no es posible, le replica con resignación el policía, tenemos que tramitarlos por riguroso orden de llegada, y tenemos tantísimos casos que no podemos prácticamente hacer nada".
En mi entorno hay una juez que, hace un par de años, me comentaba que era imposible que llegase a aplicarse un texto tan manifiestamente inconstitucional como era aquel proyecto de “Ley de Violencia de Género”. Ironías de la vida: mi amiga era la última del escalafón y tuvo que hacerse cargo de uno de esos juzgados que ningún juez quería porque son los que tienen las competencias para ocuparse de los casos de “violencia de género”.
Tengo otra amiga de infancia que es magistrada. Mi amiga es partidaria de las viejas normas disciplinarias en el hogar, y reparte tortas entre sus hijos que es una bendición, como en los buenos viejos tiempos. Desde hace unos años, esta amiga mía redondea sus ingresos dando conferencias en los más diversos foros sobre la terrible lacra que es la violencia doméstica.
En mi entorno hay una amiga fiscal que me ha contado la siguiente anécdota: “Esta mañana entró allí un señor que se iba a separar. Allí todas éramos mujeres: la juez, la secretaria, yo misma..., hasta la agente judicial. El hombre, todo asustado, dijo: ‘Claro..., la guardia y custodia de los niños se la darán a mi mujer’. Yo me sentí en la obligación de tranquilizarlo: ‘No, no..., aquí juzgamos con total objetividad, tienen el mismo derecho el padre y la madre a pedirla...’, pero se me escapó la risa.”
Estudié derecho como segunda carrera e hice mis prácticas en un bufete especializado en derecho matrimonial. El jefe del bufete, que es muy amigo de mi marido, al tener noticia de nuestro propósito de comprar una vivienda se sintió en la obligación de hablar a solas con mi marido y explicarle que para un hombre casado y con hijos era poco menos que un suicidio meterse en una hipoteca. ¡Bien lo sabía él y todos los que trabajábamos en aquel bufete! No quiero ni pensar en lo que mis antiguos colegas serán capaces de conseguir en los procesos de divorcio con un instrumento como el que les ofrece la “Ley de Violencia de Género”.
Conocí a un becario de investigación al servicio de un proyecto (con muy buena financiación) dirigido por dos profesoras: se pretendía elaborar una de esas estadísticas demostrativas del terrible machismo de nuestra sociedad (lamento que la confidencialidad me impida dar más detalles, ni sobre la universidad, ni sobre el objeto de las estadísticas, ni sobre las profesoras en cuestión). Como es normal, era él el que había realizado todo el trabajo (esto no extrañará a quien conozca cómo funcionan estas cosas en la Universidad), pero eran ellas las que se habían colocado las medallas. Los resultados obtenidos, vaya desgracia, no confirmaban lo que se pretendían demostrar..., por lo que se procedió sin más a modificarlos. Algún tiempo después leí en los periódicos, adecuadamente destacada, la noticia correspondiente a los resultados de tal trabajo de investigación.
Doy clases en la enseñanza media, y en mi entorno veo la manipulación burda a la que se pretende someter a los adolescentes. En mi entorno una profesora ha exigido que no se representen en el Instituto obras del autor latino Plauto porque son machistas. En mi entorno veo que profesoras que organizan manifestaciones en favor de la violencia de género ignoran (y se niegan a aceptar que sea cierto) lo de que las penas para hombres y mujeres por los mismos hechos son diferentes, o que están convencidos de que el número de hombres asesinados por sus esposas es prácticamente nulo.
En mi entorno hay, como es inevitable, varios abogados, antiguos compañeros de la Facultad de Derecho. Como son jóvenes y están empezando, suelen llevar casos del turno de oficio y, naturalmente, la parte más considerable de los mismos está ahora relacionada con los casos de malos tratos. Sería ahora demasiado largo contar las anécdotas que conozco..., pero hay, desde luego, historias para todos los gustos. Pobres mujeres agredidas por sus compañeros; hombres encarcelados por mujeres manipuladoras; extranjeras que, asesoradas por piadosas asistentes sociales, realizan ciertos trámites que no entienden muy bien y que tienen como consecuencia que su marido sea expulsado del país; y montones y montones de mujeres empeñadas en volver a vivir con su marido pese a que sobre éste pende una orden de alejamiento (“cuando me llaman, yo les digo que no me cuenten nada, que yo ya no soy su abogado, y les cuelgo el teléfono”).
Y podría seguir hablando mucho tiempo de lo que en mi entorno he oído a un amigo inspector de policía, a un funcionario de prisiones, a mi prima asistente social...
¿Y SI UTILIZAMOS MÉTODOS MENOS PERSONALES?
Si Yabba quiere decirme que todo lo que yo he contado no es más que el fruto de unas circunstancias muy personales que no son representativas de nada, yo estaré dispuesto a estar de acuerdo con él, con la condición de que él haga otro tanto y no vuelva a dar por supuesto que la realidad de las relaciones entre hombres y mujeres es tal y como él la percibe por lo que ve en su propio entorno. ¿Podríamos hablar, por tanto, de datos lo más objetivables posibles?
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