Ya saben que cada año, cuando llegan las fugaces de agosto, las lágrimas de San Lorenzo como siempre recuerdan los medios de comunicación, la gente del mundo de la astronomía nos visibilizamos y de repente todo el mundo quiere preguntarnos cosas.
Sobre lo que son las Perseidas, el origen de estas estrellas fugaces, de cometas, de dómo observarlas… hasta de los deseos que se pueden o no pedir. A esto de los deseos comento que me encanta pensar que hubo tiempos en los que la gente decía que una estrella fugaz era el trazo luminoso de un ángel que bajaba a la tierra a hacer algún recado divino, y que por eso se le pedía un deseo a ver si sacaba tiempo o tenía un momentito para eso.
Suelo añadir que realmente la moda se hizo mundial gracias al Pinocho de Disney y a la canción escrita por Leigh Harline y Ned Washington que cantó Cliff Edwards como Pepito Grillo (Jiminy Cricket), “When you wish upon a Star”.
Hay tanta gente que a lo largo de los años hemos hablado de casi cualquier tema relacionado con las Perseidas que parece que ya está todo dicho. Sin embargo, la gente quiere seguir escuchando eso de los trocitos del cometa 109/P Swift-Tuttle que nos llevamos por delante en nuestra revolución solar cada verano. Y los medios, por aquello de que agosto tiene un nivel informativo algo menor (algo, ya no tanto como los buenos tiempos de las serpientes del lago Ness), siempre requieren algún dato.
Así que cualquier instituto astronómico, agencia espacial, planetario o agrupación aprovecha para colocar un poquito de astronomía al comienzo de la canícula (Nota: otro término astronómico, por cierto, pero eso es otra historia que está por otro lado).
Este año me preguntaba mientras recopilaba algunas trivialidades para hablar con los medios y la sesión especial del Planetario de Pamplona sobre cuándo se comenzó a hablar de Perseidas y quiénes asociaron por vez primera las estrellas fugaces a polvo cometario (o asteroidal). Y resulta que fueron un puñado de astrónomos de todo el mundo, en un trabajo en equipo y además muy de su tiempo, principalmente en el decenio de los años 30 del siglo XIX. Una colaboración profesional y amateur pionera que plantó las bases para el estudio de las corrientes de meteoros, las lluvias anuales y muchas otras cosas de esta ciencia que había sido en cualquier caso despreciada pensando que eran fenómenos menores y perecederos de nuestra atmósfera. Hasta que alguien encontró orden y razón a partir de la observación.
La historia tenía sus curiosidades y entroncaba con ese momento triunfal de la ciencia que ponía números y matemáticas y física allí donde antes solamente había leyenda o tradición. Uno de los que mejor personifican ese momento es Adolphe Quetelet (o Quételet a veces), un matemático y astrónomo empeñado en medir y contar para explicar un mundo aparentemente casual: suicidios o estrellas fugaces, como cuentan sus biógrafos. Quien fue el primero en predecir un máximo de las Perseidas.
Luego hubo astrónomos aficionados como Swift y Tuttle que encontraron un nuevo cometa en el cielo. Y más tarde un astrónomo que la historia recuerda más por la ensoñación de ver canales en Marte, pero que estableció la conexión necesaria entre las Perseidas y el centésimo noveno de los cometas periódicos.
La historia se la mandé a THE CONVERSATION, porque un medio así tiene ese tono más pausado y de referencia tranquila que le iba bien a Quetelet. Lo publicaron aquí: “Por qué estudiamos las Perseidas, las estrellas fugaces más famosas”. Les dejo ir al artículo porque así entenderán lo que cuento a partir de ahora.
La publicación de TC se recogió en diversos medios, en primer lugar en ElDiario.es y algunos otros, algún blog… (algo más de 4000 lectores dicen las estadísticas de TC). Y recibí algún comentario de gente que lo había leído. Pues bien, yo encantado. Pero la cosa es que unos días después, en un programa de entretenimiento o humor que hay en La Sexta TV, “Zapeando”, esto del origen del estudio de las Perseidas fue fusilado por los guionistas para hacer una sección graciosilla. Que no pensaba yo que tuviera demasiados aspectos risibles (bueno, como Quetelet fue uno de los primeros en crear el índice de masa corporal eso le permitía a Miki Nadal hacer una gracieta sobre su peso). Pero ahí lo metieron el 9 de agosto. En la noticia que está en la web del programa: “Quique Peinado comparte varios consejos para disfrutar al máximo de la la lluvia de perseidas”, explican algunos aspectos de mi historia en TC poniendo como fuentes a gente del programa, como Graciela Álvarez Lobo, Isabel Forner o Mónica Cruz, que aparecen citadas con su nombre aportando cosas que han copiado directamente de mí y de The Conversation, pero nosotros no somos citados.
No digo que me sorprenda, pero vamos, tampoco costaba tanto citar la fuente. No comento más porque tampoco merece la pena: depredar es una actividad totalmente televisiva y para qué sorprendernos a estas alturas de siglo. Sí quiero hacer notar, en cualquier caso, que puedo apuntarme un hecho curioso: que un artículo de divulgación científica se convierta, tal cual, en materia de guión humorístico, no es tan habitual. Releyendo el texto que publicaron en The Conversation la verdad es que puede tener esa lectura un poco más ligera. En eso, yo encantado de este préstamo no reconocido tan curioso.
Aunque no me prodigo demasiado (últimamente solo entro por el blog casi para contar que no vengo mucho, es un tanto patético), seguimos en Blogalia. La corrala, esta comunidad bloguera que fue pionera en nuestro país nacida de la mano de Víctor R. Ruiz (que sigue cuidándola además, gracias reveré), tampoco está muy activa, pero es que son tiempos de otras historias por internet y las redes sociales se comieron hace tiempo la conversación que había en los blogs. Aún así, me encanta encontrarme de vez en cuando con antiguas historias y con aquellos debates, a veces encendidos, que se crearon hablando de muchas cosas.
Todo eso sigue por aquí en las páginas del blog, un pequeño patrimonio que es también parte de mi biografía. Así que seguimos por aquí. En cuanto tenga un rato colocaré una historia, a ver si saco el tiempo. Porque una de las cosas que exige un pequeño blog perdido en el océano de la inmediatez y la tontería, es que tiene su tiempo, a fuego lento incluso cuando es algo urgente. Marca unos ritmos muy diferentes de los que masticamos ahora... Como ya me he ido de las redes sociales depreadoras y algoritmizadas por el capital y me quedo solamente en Mastodon y de vez en cuando por este blog, disfruto mucho de ese ambiente tranquilo, informado, jocoso o indignado también, pero más comprometido con las personas que con el capital. Y eso vale muchísimo.
Así que si pasan por aquí de vez en cuando, prometo no irme del todo. Besos.
Hoy lunes 27 de noviembre he publicado una columna muy astronómica en el Diario de Noticias
Ayer vimos el Sol desde la explanada del planetario para conmemorar sus primeros 30 años. Había muchas manchas en el disco, donde el gas está más frío por un complejo juego de campos magnéticos y movimientos del gas caliente. Por cierto que uno de los inventores del primer planetario que comenzó a funcionar ahora hace un siglo fue el astrónomo Max Wolf, que da nombre a ese número que mide la actividad de nuestra estrella. En esos años, en la India, un físico bengalí llamado Meghnad Saha desarrollaba una ecuación que relacionaba la abundancia de elementos en un gas con la ionización térmica; algo que utilizó una joven astrónoma, Cecilia Payne, que en 1923 consiguió una de las primeras becas científicas destinadas a mujeres, para descubrir algo inaudito. Lo publicó, no sin controversia (posiblemente el que fuera una mujer quien enmendaba la plana a la ciencia de los señores astrónomos no era ajeno a ella) en su tesis doctoral de 1925, cuando el primer planetario alemán comenzaba sus sesiones al público. Resulta que el Sol y las estrellas no tenían la misma composición que la Tierra, como se pensaba: eran principalmente Hidrógeno y Helio, con trazas de los demás elementos. Solo así se podía entender lo que observábamos al analizar su luz, como aparecía en los espectros de las estrellas analizados en Harvard por un grupo de mujeres pioneras de la astrofísica. Me encanta pensar que la divulgación astronómica que hacemos en el planetario es hija de gente así: mujeres que no podían entrar en los observatorios pero que trabajaron durante años para entender cómo es el cosmos; astrofísicos indios que habían sufrido la discriminación colonial inglesa hasta en la universidad... Gente convencida de que a pesar de todo la ciencia merece la pena y que podemos contarla a todos los públicos.
El otro día, en #NaukasValladolid, un día entero de ciencia con charlas y propuestas muy variadas bajo el lema de "La ciencia del futuro", me invitaron a hablar del futuro de la astronomía, o de la astronomía del futuro. Y yo encantado, aunque ya tenía el convencimiento que hablar del futuro de algo es condenarse a no prever lo importante y simplemente proyectar un posibilismo que no da demasiado de sí.
Y la astronomía es especialmente cruel para los augures. Que es de lo que hablo en la charla que puede verse más abajo en youtube. Todo esto fue posible gracias al Parque Científico de la Universidad de Valladolid, a la Universidad de Valladolid, a la Diputación de Valladolid y al Teatro Zorrilla, que es una cucada y un sitio estupendo para disfrutar sobre el escenario y en la butaca. Ah, y sobre todo a Naukas, que lo ha hecho posible un año más, y van seis ediciones. He de confesar que otros años me lo he perdido porque siempre me pilla en pleno ataque de las semanas de la ciencia en Navarra, pero este año acudí y descubrí que era cierto lo que me contaban: que el ambiente es estupendo, que las científicas y científicos universitarios que dieron sus charlas demostraron el gran valor de atreverse a hablar ante la gente con su propio idioma, que el público está disfrutando siempre cuando le cuentan historias sabrosas (y las de la ciencia sin duda lo son), es público que llenó el teatro y que se pasó el día exigiéndonoslo todo y dándonos mucho más, con una calidez que hace que a uno se le escapen las ideas... en el buen sentido, quiero decir.
Bueno, a lo que iba. Me encontré con que el astrónomo director del Observatorio de Harvard, Edward Pickering, había escrito en 1910 un artículo de divulgación llamado precisamente "The future of Astronomy" en Popular Sciences Monthly (el enlace lleva al artículo en el Proyecto Gutenberg). Por supuesto Pickering no imaginó que el tamaño del universo sería mucho más grande, ni predijo la llegada de la relatividad o la mecánica cuantíca. No imaginó la energía nuclear pero tampoco la evolución estelar explicada como interacción de la materia y la energía en el núcleo de las estrellas. Tampoco la radioastronomía ni la astronomía en otras regiones espectrales. Ni los ordenadores ni... bueno, claro, tampoco los viajes espaciales y que se llegaría a la Luna.
Encontré luego que a comienzos de los años 70 la Academia Nacional de Ciencias de EEUU encargó a un equipo de astrónomos que hablaran de la astronomía y astrofísicas del futuro y que publicaron eso en una serie de libros, el primero "Astronomy and Astrophysics for the 1970s", del que hizo un resumen uno de los ponentes, Jeese Greenstein en un artículo que titulo, imaginen cómo: "The future of Astronomy" (PDF). No llegó a prever la llegada de los CCDs ni los telescopios espaciales, ni internet, ni las colaboraciones internacionales como el EHT. Pero desde luego no contaron con la materia oscura (algo demasiado exótico y controvertido entonces) y menos con la energía oscura ni las ondas gravitacionales ni el porrón de planetas extrasolares que se descubrirían a partir de los 90... No hablaron de cómo revolucionaría la astronomía el poder hacer de verdad una ciencia abierta (arXiv ya a finales de los 80), ni hablaron de ciencia ciudadana ni se preocuparon por el colonialismo y estos temas de diversidad e inclusión en las astronomía.
El pasado mes de agosto se publicó un número especial de la revista ASTRONOMY dedicado al medio siglo de esas predicciones y pidieron a gente de la astronomía que hiciera unos nuevos pronósticos: "Predictions for the next 50 years of astronomy".
Sé que dentro de medio siglo alguien leerá las predicciones actuales y sonreirá porque lo importante de este próximo medio siglo de astronomía será precisamente lo que no habían pronosticado los expertos. Yo me comprometí a contarlo (bueno, al menos en 20 años que lo mismo podría llegar a estar todavía vivo).
Aquí el vídeo, a ver qué os parece.
Ah. Por si alguien quiere, las diapositivas que usé están en una presentación de google y contienen notas con enlaces a las fuentes y las fotos, por si a alguien le interesa:
Han salido estos dos últimos lunes en #MILENIO, mi espacio de opinión en la contraportada del Diario de Noticias. Progreso (1) el pasado 30 de octubre de 2023 y Progreso (y 2) el lunes 6 de noviembre de 2023. Aquí las pongo juntas:
Progreso (1)
29·10·23 | 21:05
Llevo veintipico años rellenando esta columna semanalmente en el Diario de Noticias. La llamé MILENIO porque entonces parecía que cuando llegara el nuevo siglo todo iba a ser diferente. Algunos, por entonces, hablaban del fin del mundo, del fin de la historia, del fin de todo… Otros estábamos ya convencidos de que o tomábamos las riendas de la responsabilidad y avanzábamos en la equidad y la igualdad para todos los seres humanos o nos iba a ir mal. Nadie nos hizo caso, al menos no demasiado, porque aunque se fueron fijando objetivos (primero del milenio, luego del desarrollo sostenible) o abriendo agendas y protocolos internacionales, lo cierto es que las cosas mejoraban por un lado (que los pobres lo sean menos) pero muy poco, mientras que las diferencias por el otro (que los ricos lo son cada vez más) descabalgaban cualquier desarrollo justo, ahondando las brechas sociales y territoriales. En aquellos noventa hablábamos del norte y del sur, de la opulencia y el subdesarrollo. Ahora da un poco vergüenza decir estas cosas porque hay pobreza en todos los puntos cardinales, en medio de cualquier ciudad; a la vez la ostentación y la burricie son emblema de élites de todo lugar, también de países en el fondo de la lista del producto interior bruto.
Es decir, que tanto tiempo que va pasando y siempre se queda uno como espectador pensando en qué curiosa es nuestra civilización empeñada en caminar hacia el abismo pensando que lo importante es seguir adelante, acumulando estandartes de modernidad y dejando el camino lleno de basura a nuestro paso. Es difícil negar que hemos progresado, pero ni ha sido todo el mundo de la misma forma ni ese progreso ha supuesto necesariamente vivir mejor los que peor lo hacían. Esos son los que siguen mirándonos con incomprensión cuando hablamos de progreso.
Progreso (y 2)
05·11·23 | 19:30
Sigo hoy reflexionando sobre esa idea del progreso, que el pasado lunes me quedé corto. En los últimos años ha habido una línea de pensamiento que ha abrazado la idea de que, a pesar de los pesares (y son muchos los pesares, todo hay que decirlo), el progreso existe. Es decir, que vivimos mejor que nunca se ha vivido, que cuando miramos unos decenios al pasado encontramos más pobreza, menos calidad de vida, menos libertades. Así, en conjunto, el mundo ha ido progresando y es difícil negarlo. Varios autores abanderan esa idea, apostando por el conocimiento y la ciencia que han ido mejorando la situación de las personas más pobres. Además hay un sentir global por un desarrollo sostenible que apuesta por la educación, la cultura y el bienestar incluso en aquellos lugares donde la intransigencia ideológica han establecido cavernas autoritarias. Se trata de ver el vaso medio lleno. Pero se olvida a quienes lo tienen vacío o, peor aún, obvia que otros acumulan enormes cisternas de bienestar.
Porque no podemos ver como progreso el incremento del PIB sin tener en cuenta la educación, la sanidad o la esperanza de un futuro mejor de tantos miles de millones de personas que no lo van a tener. Es algo cruel: mejor no progresar así, mejor poner el acento en la equidad para un mundo que sigue siendo injusto, en los derechos para quienes no acceden a los servicios básicos, en la moderación y el decrecimiento de quienes estamos consumiendo el planeta. Eso sería el progreso pendiente, el de la justicia. Ese progreso de verdad va a exigirnos que consumamos menos, que seamos más responsables, que aparquemos los delirios desarrollistas porque no podemos asegurar su extensión a todo el mundo. Esta aldea global lo necesita cuanto antes.