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2003-09-18
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El Correo, miércoles 17 de septiembre de 2003
Territorios, Ciencia-Futuro
La esperanza de vida de los españoles supera, actualmente, los ochenta años. Globalmente, estas tasas de esperanza de vida (que son simplemente un dato estadístico: no asegura que uno vaya a vivir hasta cumplir esos años y luego morirse) se han ido incrementando en el último siglo, con grandes diferencias geográficas que se corresponden muy de cerca con la propia distribución del bienestar, siendo la alimentación y la atención sanitaria los factores principales. Aunque también se incorporan otros como el tipo de dieta, que hace por ejemplo a los japoneses y a los países con dieta mediterránea más longevos que vecinos con otros regímenes alimenticios; o que pone en evidencia que una sociedad sobrealimentada y obesa (como la estadounidense) no se beneficia "globalmente" de incrementos en esa tasa vital a la misma velocidad.
Desde hace unos años, los genetistas hablan de que fácilmente un ser humano podría vivir hasta los 120 años, debido a los relojes biológicos que parecen marcar el límite máximo de existencia a nuestras células (un tema del que
ya hablamos hace un año en Territorios al mencionar los seres más longevos del mundo -30 octubre 2002-). El creciente conocimiento de los factores genéticos ligados al envejecimiento promete conocer qué posibilidades habría de prolongar incluso más allá de los 150 años la esperanza de vida. Por otro lado, vamos entendiendo mejor la acción molecular de desgaste del DNA de nuestras células a través de los llamados radicales libres, sustancias que provocan una oxidación que degrada el material genético e imposibilita su replicación, procesos que están en la base de la degeneración de los organismos vivos y, por lo tanto, en su envejecimiento. Y, poco a poco, se investiga en la manera en que otras sustancias de nuestro propio organismo, las enzimas antioxidantes (como la dismutasa superóxida), luchan contra ese proceso.
Teoría del envejecimiento o, como suelen denominarla los biólogos,
teoría de la senescencia, es el nombre que tiene el marco teórico actual de los estudios sobre la manera en que se produce la degradación de un individuo hasta llegar a su muerte. A lo largo del último medio siglo, dos visiones que se creyeron inicialmente opuestas pero se han comprobado complementarias marcaban estas teorías: por un lado, considerar que el envejecimiento es, en esencia, desgaste; por otro lado, considerar que el propio genoma marca un límite, y el genoma está determinado por la propia evolución de las especies.
Realmente, como parece intuitivo, ambas visiones proporcionan explicaciones adecuadas, pero sólo incorporando ambas podemos entender por qué unas especies viven más que otras, a la vez de por qué ciertas condiciones de vida aseguran más fácilmente vidas prolongadas. En cualquier caso, los detalles biológicos no están del todo especificados por el momento: se sabe que la pérdida de elasticidad del tejido conectivo entre las células de un ser vivo está asociado al envejecimiento, aunque el factor principal puede estar dentro de la misma célula, como mencionábamos. Incluso entendiendo el envejecimiento como deterioro celular, se presentan por un lado daños en el proceso de reproducción y funcionamiento de las células por errores producidos al azar, con el paso del tiempo, pero también "programados" a través diversos genes.
Igualmente, los factores ambientales son muy importantes en la manera en que el envejecimiento se produce. De hecho, para cada individuo de una especie el proceso es diferente, y a diferente velocidad. En estudios realizados con ratas topo desnudas
(Heterocephalus glaber) los investigadores de la Universidad de Cornell (Ithaca, Nueva Cork, EEUU) han conseguido que algunos ejemplares llegaran a los veintiséis años de edad, mucho más que los diez años de esperanza de vida de esta especie. Viviendo en túneles de metacrilato desde 1979, protegidas de cualquier peligro exterior y bien alimentadas (lo que no quiere decir sobrealimentadas, más bien lo contrario), estos pequeños animales son los roedores más longevos. Lo interesante es que también en la naturaleza (este tipo de roedor vive en Sudáfrica) lo son, porque disponen de estrategias de protección y cooperación que facilitan sobrevivir al ataque de sus depredadores. El estudio en cautividad ha permitido comprobar que, además, su límite genético para la edad es muy alto, un rasgo que se ha debido de seleccionar a través del proceso evolutivo.
¿Son las ratas-topo desnudas un modelo adecuado para los humanos? Los responsables de estos estudios no lo creen así, es decir, vivir en una burbuja no sería la solución al problema del envejecimiento: no hay un gen único que controle este proceso, y así como comenta el doctor Paul Sherman, catedrático de neurobiología en Cornell y responsable de estas ratas: "esto nos dice por qué la fuente de la eterna juventud nos sigue esquivando, y probablemente por qué lo hará siempre".
Una Estrategia Evolutiva
Ronald D. Lee, investigador de la Universidad de California en Berkeley ha propuesto recientemente (el pasado 14 de julio se publicaba un artículo en la revista
Proceedings of the Nacional Academy of Sciences) que la selección natural favorece a los animales capaces de dedicar recursos y energía a asegurar la supervivencia de la generación siguiente. Tras el nacimiento, los mamíferos, las aves, muchos insectos y también algunos peces alimentan a su descendencia, la protegen e incluso la educan. Y estas conductas parecen estar relacionadas con la esperanza de vida de la especie, como si hubieran evolucionado de la mano. En general, se considera que como el fin evolutivo de una especie es propagarse y, dado que la muerte prematura se corresponde con una menor descendencia, los rasgos que propiciarían vidas más longevas se seleccionarían de forma "natural". Pero este marco no explica, por ejemplo, por qué se sigue viviendo tras sobrepasar la máxima edad reproductiva. Tampoco por qué algunas especies optan por tener menos descendencia pero ocupándose más del cuidado de la misma.
Las evidencias que se van obteniendo a partir del estudio con ratas y otras especies a las que se mantiene en entornos adecuados para que el deterioro de la edad se aminore, van mostrando que, en efecto, esa correlación entre cuidado de las crías y esperanza de vida responde a una interacción entre ambas: no sólo se disminuye la mortalidad infantil, sino que se asegura una mejor preparación para una vida útil y fructífera. Es cierto, en cualquier caso, que saber que estos mecanismos evolutivos en las especies de nuestro planeta interactúan de forma compleja, no nos aporta soluciones concretas al problema del envejecimiento. Sin embargo, disponer de una teoría de la senescencia adecuada es un objetivo que los propios investigadores declaran fundamental.
Algunos Enlaces
Research into Ageing (Reino Unido)
Nationa Institute on Ageing (EEUU)
2003-09-18 03:24 Enlace
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