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la boca
artículos, escritos y demás piezas perfectamente obviables perpetradas por Javier Armentia (@javierarmentia por algunas redes)

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2004-03-26
)

Telebasuras
2004-03-26


CERO (o NOTA)
Sin duda debería haber escrito algo antes sobre el asunto de mi presencia y participación en el programa de Antena 3 "El castillo de los famosos". Pero entre unas cosas y otras no he tenido oportunidad, y tampoco es que me apeteciera demasiado. Digas lo que digas va a sonar a autojustificación. Además, conocida la abundancia de exégetas y comentadores, casi todos los puntos de vista estarán a estas alturas escritos por algún sitio de la Red.

Para quienes no lo sepan, he participado en el primer programa de ese "concurso" producido por Gestmusic, emitido el martes 23 de marzo de 2003, como parte de un "tribunal" que ha de hacer una evaluación de lo que se ve en el programa, de lo que hacen los participantes del mismo. Sobre el programa hay información en su portal, así que tampoco cuento mucho más. La primera gala, la de presentación, no dio para mucho más que poder ver el tipo de criaturas que habitarán este espacio (por cierto, con un share bastante bajo). Al menos apenas pude ni decir dos frases. Ataviado de ElPez-Potter, con una toga que en la tele se ver mucho más roja que cárdena (su color natural), sentado al lado de Aramís Fuster -para los biógrafos, no es ni la primera ni la cuarta vez que me sientan a su lado... ¿hará el roce el cariño?¿la exposición al peligro disminuye el riesgo?chi lo sà- y junto al Padre Apeles, Sebastián d'Arbó y Beatriz de Orleans, este que escribe por aquí no hizo mucho más que ser parte del espectáculo televisivo. Y consecuentemente, reo de ello. En esta entrada, que ya auguro larga y perfectamente prescindible, me permito echar un poco de mi leña a este fuego que he leído por sitios tan respetables como queridos: Tío Petros, o Clío...)



UNO
Como servidor habla, y escribe por aquí y por otros lados, con conocida incontinencia, no es difícil rescatar opiniones y comentarios míos sobre eso que se llama "telebasura". Por supuesto, sin la enjundia y la autojustificación de próceres como Gustavo Bueno. Cosas que recojo ahora que vamos deprisa...

Por ejemplo, este comentario sobre la final del Hotel Glam de hace poco más de medio año:

ELLA LLORÓ
Desconsoladamente, ante las cámaras, exhibiéndose así una vez más. Otro capítulo en una vida que es puro espectáculo televisivo; porque al fin y al cabo sabemos de ella por la televisión que le ha dado existencia, y ahora la vemos convertida en la famosa más famosa de ese hotel un poco parada de los monstruos. Yola lloraba, con lágrimas de silicona que, a pesar de todo, eran lo más real del espectáculo mediático. Y es comprensible la emoción de quien ha rescatado las mamadas del monopolio de la política norteamericana: habían sido cuatro duros meses luchando contra los otros en conseguir ir un poco más allá (más allá de lo imaginable) y mantener una audiencia que es la que justifica su ser.

Dejando de lado las consideraciones habituales que suscita la telebasura (esas descalificaciones que son tan obvias como innecesarias como estúpidas, más aún cuando vienen de presidentes de gobierno que viven, al fin y al cabo, de vender también su presencia en la caja tonta) lo que tenemos delante retransmitido por las ondas es ni más ni menos lo que funciona. Desengañémonos: esto funciona. Porque conectamos el televisor y somos partícipes de la liturgia tan poco glamurosa, cómplices al fin y al cabo de esa telenovela cuyo guión exige lo exagerado, lo impresentable y lo impúdico. Por supuesto, siempre podemos cambiar de cadena, o apagar la tele, vivir en el mismo mundo pero sin atender a la farsa que se nos pretende vender. ¿Y?

Sólo si todos hiciéramos eso a la vez el negociete se cerraría. Porque mientras se mantenga un porcentaje de audiencia suficiente, los programadores seguirán con ello. Ahora bien, ¿puede esta vez la opinión pública movilizarse de esta manera? ¿No sería esa misma movilización un absurdo? (y de ahí lo estúpido de quejarse como si el hotel glam o las crónicas marcianas fueran el enemigo a batir)

Lo más terrible de las lágrimas de Yola es que, en el fondo, responden a una situación que ha traspasado la propia dimensión que debería tener un programa de "entretenimiento", y esas formas y maneras -el yolismo, el pocholismo, el tamarismo, etc...- las vemos también en la calle, en la política, en la economía, un poco por todos los sitios. Lo vergonzoso no es que estas gentes tengan éxito en la tele, sino que el país entero parezca un hotel de monstruos bastante patéticos. Algunos, incluso, con carta de diputado.


(Ella lloró, 16 de junio de 2003, publicada originalmente en el periódico Diario de Noticias)

El 2 de noviembre de 2003, en Diario de Noticias también, introducía una frase sobre el tema:

Ese tipo de argumentaciones, como las que sostienen la telebasura por aquello del share, olvidan lo fundamental: las instituciones públicas deben apostar precisamente no por lo que sea turístico, sino por lo que es necesario: y la ciencia, no cabe duda, lo es

(Ciencia y Política, en esta bitácora)

Encuentro gracias a Google un texto muy anterior, en una sección de la revista el escéptico que hago, titulada precisamente "cuaderno de bitácora" (antes incluso de saber nada de los weblogs, qué presciencia jejee), aparecido en el número 2 (ahora no tengo a mano el año, pero creo que es sobre el 96 o así): Un poco de racionalidad, porfa...

Tanto tiempo de andar discutiendo con lo más granado de la tontería patria -sean videntes, contactados, abducidos, astrólogos, sanadores y demás variopintos personajes de la corte de los milagros televisiva- no puede ser bueno. Me lo decía un amigo que de esas cosas sabe mucho (atiende un quiosco de prensa): “Tío, que al final tú pareces uno de esos, ¡como el padre Apeles!”, añadía sabiendo lo que me duelen esas comparaciones. “¿No queréis que se note la diferencia entre esos charlatanes y los científicos? Pues no vayáis, no juguéis a su juego. Así, os ponéis a su nivel, pues da la sensación de que ambas cosas son igualmente respetables...”

Lo sé, pero sé también que con escépticos o sin ellos ese tipo de televisión iba a seguir igual, porque, querámoslo o no, lo paranormal, en su versión más chusca e impresentable, sigue vendiendo. Si para algún día, no será por otros parámetros que los que hicieron que apareciera: el share, la popularidad inmediata de cara a los ingresos publicitarios. Y sé también que cuando no hay escépticos la cosa es aún peor: aparecen los mismos charlatanes o iluminados; pero, además, campan a sus anchas los vendedores de misterios, aprovechados que viven y gozan de su pequeña cuota de fama gracias a estos temas. Cuando no hay quien aporte una duda racional, esos pseudoinvestigadores aparecen como si fueran serios. Por el contrario, en los casos en que hay un escéptico, los bandos quedan bien delimitados: de un lado, la feria de lo paranormal, en todas sus versiones, de la patológica a la aprovechada; del otro... Bueno, del otro se hace lo que se puede, entre otras cosas ironizar o echar una carcajada, porque el idioma de los medios es hostil al discurso racional, bien elaborado, más denso que las afirmaciones sorprendentes.

Debemos seguir intentándolo. De la misma manera que hemos de intentar que no sólo se considere necesaria la presencia racionalista en esos debates, sino también empezar a levantar la voz en otros asuntos más serios, donde la irracionalidad se manifiesta camuflada bajo ideologías (o teologías). En ARP, debemos darnos cuenta de que el auge irracionalista no sólo está en la telebasura paranormal, sino en la cosa pública, como cuando se nos venden racismos o xenofobias (o antropofobias) agitando diversas banderas; o cuando se quieren paralizar conquistas sociales o de libertad bajo la excusa de mayorías religiosas; o cuando la preocupación por el medio ambiente se convierte en ecolatría, en mística que impide un desarrollo sostenible, por cuanto aboga por la involución. Apostar por el pensamiento crítico, por la razón, por la ciencia, supone también mojarse en muchas aguas cenagosas. Y es cierto que, con tanto iluminado donante intergaláctico de esperma, a veces corremos el peligro de no darnos cuenta de dónde está lo importante.

El panorama actual de los medios resulta un tanto engañoso: por su brillo despunta como siempre la televisión con sus teledebates o el éxito de los ordinary-people-shows, ésos debates sin estrellas, pero con la vecina del cuarto aireando sus problemas maritales. Se trata de una dinámica en la que la radio también parece haberse ido sumergiendo, quizá por la banalización de la tertulia radiofónica impulsada en muchos casos por intereses empresariales/ideológicos. Así que la opinión parece estar encarcelada en espacios cedidos por la prensa escrita, lo que limita no solamente su alcance público en un país con escaso número de lectores de periódicos, sino también su trascendencia. Ello ha propiciado, posiblemente, una polarización de los temas que se abordan: por un lado, de primera magnitud, esto es, política y economía; por otro, la anécdota, la excusa de la otra cara de la noticia curiosa o chusca que da pie a reflexiones del opinador... En cualquier caso, son los pocos espacios en donde se puede encontrar una crítica o un razonamiento a lo que se nos da desde el resto de los medios. Pequeñas -y escasas- islas con mensaje en el continuo informativo y de ocio que nos inunda, y que a veces uno tiende a ver como algo especialmente diseñado para hacernos casi imposible la reflexión.

Sin embargo, con la creciente implantación de la cibercultura, la opinión adquiere nuevos espacios: listas de correo o de noticias, foros de discusión. Aunque sea un fugaz fenómeno que podría desaparecer cuando las empresas de (tele)comunicación se hagan con el dominio de las redes, tiene un potencial muy interesante para el pensamiento crítico. ¿Sería posible empezar a tomar al asalto estos nuevos mundos con mensajes racionales? Pese a que han sido precisamente los abanderados del pensamiento blando, lo que se ha dado en llamar el tecnopaganismo de la nueva era, quienes primero han copado este mundo, quizá sea posible introducir en esa dinámica también un poco de racionalidad, por fa...


Sé que he escrito más sobre el asunto, si puedo rescatarlo de los cedés de archivo, ahondaré en mis palabras (mis palabras, mis palabras... ¡repetid!) Aunque lo esencial está dicho. Si alguien me pidiera una valoración explicaría lo típico: que apenas veo la tele, que la telebasura no me gusta aunque realmente me descojono con lo que se ve en la tele (uno no puede poner en duda su capacidad adictiva), que preferiría otro tipo de medios de comunicación, y que dar demasiada a importancia a lo que es un negocio televisivo es insano, sobre todo viviendo donde vivimos y habiendo las cosas importantes y terribles que hay.

DOS
Como servidor además lleva unos cuantos añitos en eso de la presencia mediática ha caído muchas veces en programas que poco tienen que ver con lo que uno espera de científicos, intelectuales y demás. El que yo ni sea científico ni mucho menos intelectual (¡qué miedo! en eso le doy toda la razón a Elvira Lindo) tampoco quita que mucha gente, entre ellos familiares cercanísimos y cercanísimos amigos -a los más alejados y a los enemigos se les supone- haya considerado tales apariciones como algo inconveniente, inadecuado, degradante o simplemente abyecto. La biografía de cada uno, he querido siempre creer y lo constato con la mía, está llena de cosas que uno "no debería hacer". Así que he estado en sitios como "Moros y Cristianos", "Rifi-Rafe", "Aquí se discute", "Parle vosté, calle vosté", "Toma y Daca", por citar sólo unos cuantos cuyo nombre recuerdo. También estuve en uno matinal de Íñigo, en uno nocturno de Cristina Tárrega... en fin, que de espectáculos televisivos algo conozco en propias carnes. También he estado en telediarios e informativos varios, en programas serios e incluso sesudos, claro. Esto, evidentemente, ni quita ni pone. No pretenderé ahora que hay un ElPez-Jeckyll y ElPez-Hide contrapuestos y que se odian entre sí. C'est moi. Siempre lo soy.

¿Es "El castillo..." algo diferente? ¿Algo aún peor (si es que es posible hacer grados)? Pues lo mismo sí. O seguro que sí. Pero, ¿importa? Sin duda hay a gente que sí le importa. Y a mí me importa en el sentido de que me pueda sentir usado (abusado). Aseguro que por el momento no ha sido así. Y que si llega a serlo, adiós y muy buenas. Ya dije al principio que cualquier cosa que escribiera iba a sonar a autojustificación. Y en cierto modo puede ser eso. Al aceptar y comprometerme con ese proyecto televisivo estas y muchísimas otras reflexiones me he hecho, y me sigo haciendo. Y es obvio que si he tirado p'alante es porque en esa balanza pesaba más el SÍ que el NO. Si un día considero que he errado, apuntaré el error a mi historia de errores. Y a seguir con la vida.

Posiblemente lo más imperdonable pueda ser que yo lo haga mal. Por incapacidad, ignorancia o porque uno mete la pata hasta el corbejón. Sé que cuento con buenas gentes que me avisrán de ello. Y procuraré corregir los errores. Si es que puedo...

Quizá un aspecto importante, dejando aparte masturbaciones mentales diversas, es si mi presencia aporta algo al programa. Estoy convencido de que muy poco. Algo sí, y si no, no iría. Claro que eso, como el valor, está por demostrarse. Y como en el primer programa apenas hablé... sigo dándome un plazo. Hay gente que ha comentado que mi vinculación como personaje (personajillo) público con el mundo de la divulgación científica o el escepticismo español provoca que esta presencia tenga consecuencias (siempre nefastas) no sólo en mí, sino en otros. Bueno, es lo que pasa siempre... y ante ello no sé qué decir. Siempre he afirmado que quien usa argumentos falaces no hace otra cosa de demostrarse como falaz: quien pretenda atacar, un suponer, al escepticismo usándome de ariete, estará definiéndose como un verdadero burro con deficiencias intelectuales. Y si hacen risas, siempre habrá tiempo de reirnos todos, ¿no?

Obviamente, de los aspectos económicos no me parece relevante hablar demasiado. Mis declaraciones a Hacienda son las que marcan la importancia de esos asuntos y en manos de ella están. Evidentemente, cuando uno participa como actor (en el sentido de "que realiza acción"), hay una remuneración. Y a veces hasta es en dinero.

Finalmente, al aceptar participar en "El Castillo..." firmé un contrato entre partes (la productora y yo), sometido a unas cláusulas de confidencialidad y exclusividad y demás que suelen estar bien especificadas. En nada de lo que he comentado hoy he incumplido esas normas, y tengan seguro que nada en ellas me impedirá seguir actuando, y escribiendo por aquí, con el criterio que siempre he mantenido.

Por lo demás, la familia bien, gracias.

2004-03-26 01:00 Enlace

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