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Historias > Ahí Viene La Plaga
2004-05-12
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Publicado en EL CORREO, Territorios, Ciencia-Futuro, miércoles 12 de mayo de 2004
Conocidas desde antiguo (y una de las plagas bíblicas), cuando las langostas migratorias se juntan pueden acabar con la cosecha de un continente. ¿Hay formas de combatir esta plaga?
Hace poco más de un mes la
Organización para la Agricultura y la Alimentación (
FAO) de las
Naciones Unidas, dio a conocer las previsiones más negativas sobre la evolución de la plaga de langostas en África Noroccidental que se desarrolla desde hace medio año. Los intentos por controlar los brotes en Mauritania, Nigeria, Sudán y Marruecos están resultando de eficacia limitada: aunque se intenta mantener a las langostas (de la especie
Locusta migratoria) en zonas desérticas, a veces escapan del control y atacan las regiones cultivadas, destruyendo por completo las cosechas. Según los expertos del Grupo de Control de las Langostas de esa organización, la magnitud de esta plaga podría alcanzar la mayor conocida, que comenzó en Sudán en 1987 y llegó a extenderse hasta la India en 1989. En los meses pasados se ha informado de ataques también a poblaciones: en Sudán, el pasado noviembre, se atendió a más de 1.600 personas por ataques de asma producidos por las sustancias que emiten las langostas rojas y también por los insecticidas usados para mitigar la plaga.
Paralelamente, en los territorios de Nueva Gales del Sur y Queensland (Australia) está teniendo lugar una plaga similar, debida a otra especie de Ácridos -
Chortoicetes terminifera-, parecida a la que cuatro años devastó estas regiones y que supuso el ataque de unos 100.000 millones de insectos que dieron al traste con las cosechas. Un verano bastante húmedo como el que acaba de terminar en Australia ha provocado que la crianza haya sido espectacularmente alta. Y cuando aparecen muchas langostas, y su comida escasea, comienzan a tener lugar una serie de cambios biológicos y etológicos (de conducta) que las convierten en una verdadera máquina de ataque que devora no sólo las cosechas, sino también las telas y demás productos de origen vegetal. En Australia las combaten habitualmente fumigando insecticidas, pero este método sólo es efectivo sobre los ejemplares jóvenes que aún no pueden volar.
Hay varios miles de especies de langostas (
Acrididae) y aunque no todas llegan a establecer plagas de dimensiones continentales como las especies mencionadas, lo cierto es que su biología y conducta responden a las presiones ambientales de forma extremadamente efectiva. Lo que para esas especies de insectos es un éxito, tiene consecuencias desastrosas para las personas que viven en esas áreas endémicas.
Hasta hace menos de un siglo no se consiguió entender que las plagas de langosta se producían debido a una presión ambiental: cuando muchos insectos de la misma especie se juntan en un área determinada (llegando a veces a conseguirse densidades de más de 15.000 por metro cuadrado), la falta de alimento y el mismo roce de unos animales contra otros dispara una serie de cambios biológicos que transforman al animal, y a las generaciones posteriores, en un insecto bastante diferente, más robusto y alado, y más voraz aún. Fue el entomólgo ruso
Boris Petrovich Uvarov quien en 1928 describió por vez primera el proceso en su llamada "
teoría de las fases", lo que permitió comenzar colaboraciones internacionales para intentar atajar las plagas.
Con un éxito, como vemos, relativo: aunque el tratamiento insecticida y de control regional permite mantener a raya habitualmente estas plagas que antes se reproducían en muchas regiones año a año, en circunstancias especiales la contención es imposible. Normalmente se producen después de veranos lluviosos, en que los huevos puestos a finales de la primavera en envolturas esponjosas -las ootecas- consiguen salir adelante más fácilmente: una puesta típica contiene unos 120 huevos alargados, de los que sólo consiguen sobrevivir cuatro o cinco larvas. Pero si hay alimento cerca, casi cien pueden seguir su proceso vital. Los primeros estadios larvarios de las langostas (
neánidas) no tienen alas. Estas fases, en las que el animal es relativamente solitario, son las más fácilmente atacables mediante insecticidas. Posteriormente, la metamorfosis al estadio de ninfas les proporciona alas que permiten desplazamientos muy grandes (de hasta cientos de kilómetros en un solo día). Dependiendo de la cercanía o no de otros ejemplares de la misma especie, las langostas siguen un desarrollo diferente: siempre son más gregarias que solitarias, pero en el caso de alta presión demográfica se convierten en una verdadera plaga, más grandes, más resistentes y, sobre todo, más voraces.
No siempre la estrategia de devastar una zona y salir volando con el viento a favor funciona: puede que la región a la que se dirijan sea desértica y acaban muriendo por extenuación y hambruna. Los expertos creen que una plaga australiana en 1974 acabó principalmente, más que por las medidas que se intentaron de control, por haberse dirigido las langostas a regiones costeras donde no encontraron alimento. Los expertos ahora intentan utilizar estas estrategias, además de analizar cómo los enemigos naturales de estas especies (avispas, moscas, diferentes ácaros, hongos y predadores naturales, principalmente aves) pueden ser usados en combinación con otras técnicas para frenar el avance de la plaga.
Langostas Españolas
En España, la especie de langosta más común es la
Dociostaurus maroccanus, causante de importantes plagas como la de los Monegros de 1992 y 1923, que llegó a afectar a regiones del País Vasco y Cataluña, aparte de Aragón, la Rioja y Navarra. El ingeniero agrónomo
José Cruz Lapazarán (Azcoitia, 1879-Madrid, 1975) desde el Servicio agronómico de Zaragoza fue uno de los primeros en hacer notar la importancia de las condiciones ambientales y en aprovechar estas circunstancias para luchar contra las plagas que, en el siglo XIX, habían llegado a afectar también a toda Extremadura. En 1922, constatando la existencia de muchos "canutos" (esto es, larvas jóvenes de langosta) en abundancia, llegando a contarse en los Monegros hasta cien por metro cuadrado, afectando a una superficie de 250.000 hectáreas, se procedió a realizar una completa roturación de los campos, intentando eliminar cuantas larvas fuera posible. A pesar de ello, el desastre económico afectó casi una década a esas zonas agrarias.
2004-05-12 01:00 Enlace
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