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2003-01-04
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O algo así es lo que me ha dado desde hace una semana o así. He intentado varias veces hacer acopio de fuerzas para escribir algo, he llegado a abrir el
bloggar con el que escribo, he empezado a llenar alguna línea... pero nada, me daba esta abulia del bloguero y me quedaba sin terminar nada. Y mira que han ido pasando cosas, que si el cambio de año y todo eso, que si por aquí en el apartamento de al lado las cosas se han puesto levantiscas con el asunto de las visiones económicas y las reconversiones lingüísticas, o algo así... Que, mientras tanto, esta parcela de vivienda bastante protegida ha cumplido ya un año, o casi.
Pues nada, yo me quedaba mirando sin poder decir nada. Y conste que aún sigo así. Que esta entrada es algo que me obligo a escribir para no anquilosarme del todo.
Un poco debe ser por saturación: no específicamente saturación blogalítica, saturación del mundo. Me hastía, cada vez más, me indigno, me cabreo y ya ni argumentos me quedan, sólo el insulto, el desprecio más absoluto, huir casi hacia la misantropía... cuando me paro y me doy cuenta de que el resto de la humanidad no tiene la culpa de que exista alguien como José María Aznar, por poner un ejemplo señero de algo que sería mucho mejor si sólo existiera como ser de ficción.
Quizá por eso he escapado unos días a tierras de nadie. O casi nadie, ahora las ocupan unas cuantas decenas de miles de grullas que, viniendo desde el norte de Europa, decidieron quedarse en esa laguna de origen endorréico a pasar el invierno, en vez de seguir al sur, a Extremadura, a comer bellotas. Así que se han quedado en
Gallocanta. Este año, las lluvias tienen la laguna bastante llena de agua, así que aparte de las grullas hay muchas otras aves que aprovechan a vivir en los humedales.
Antes del amanecer, con las primeras luces, las grullas se escapan volando desde las aguas en que duermen y recorren varios kilómetros buscando algún terreno lleno de grano (me cuentan que a los agricultores les subvencionan los cultivos para dar cuenta de lo que se comen las grullas). Por allí pasan el día, y no vuelven hasta que casi se hace de noche. Era un espectáculo realmente sobrecogedor el comenzar a oir los graznidos de las aves que se acercaban saltando de campo en campo, emprendiendo de repente el vuelo y formándo rápidamente una línea (como los abanicos de los ciclistas en días de viento) o, a veces, una "v". Volaban más o menos desgarbadas, porque son realmente enormes. Pero sobre todo son ruidosas. Como si fueran contándose cosas continuamente a grito pelado.
Aparte de eso, casi no hay nadie: bien se han encargado siglos de olvido de dejar estas tierras altas entre la provincia de Zaragoza y la de Teruel casi despobladas. Nosotros hemos estado en Gallocanta mismo, en un albergue encantador que se llama "Allucant" (el nombre antiguo de la zona). Tuvieron a bien acogernos a unos cuantos buenos amigos para pasar esos días del cambio de año. Buena comida, mejor compañía, el paisaje, la lectura, el sexo... esas cosas que uno va disfrutando.
En fin, he conseguido romper mi abloguia, aunque sea sólo un poco. A ver si consigo curarme (de espanto).
2003-01-04 21:15 Enlace
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