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2008-08-23
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La noticiona (que nadie recogerá hasta dentro de unos días, es lo que tiene la conjunción de ciencia y agosto) va del glangio de Grueneberg. Lo leí el otro día, en los embargos de Science que
proporciona Eurekalert. Y como siempre, descubrí lo mucho que aún nos queda por descubrir.
En 1973 Hans Grüneberg (un experto en la genética del ratón) descubrió en ratones de laboratorio un grupo de neuronas olfatorias formando una bola apretada casi en la punta de la nariz. Parecía un ganglio, pero no estaba relacionado con el sistema límbico. Aún así, se le dio el nombre de "ganglio de Grueneberg". Y más o menos se olvidó hasta hace unos pocos años, cuando en algunas investigaciones sobre la manera en que funciona el sentido del olfato se empezó a conjeturar si ahí podría haber un receptor de moléculas -las feromonas- que disparaban cambios de ánimo o de conducta. También se vio que ese sistema neuronal estaba presente en muchos otros mamíferos. Y se pensó que funcionaba como un subsistema dentro del sentido del olfato para facilitar a la cría de los mamíferos la localización del pezón expendedor de leche.
En el
Science de esta semana se publica un un artículo de investigadores de la Universidad de Lausanne (Suiza) en el que parecen haber encontrado la utilidad de este curioso órgano: la percepción del
miedo. El miedo se huele, podríamos concluir de la investigación, en la que se sometieron a algunos ratones a la amputación del ganglio de Grueneberg. Comparando los que tenían con los que no, cuando provocaban en algún ratón pánico, comprobaron que los
gruenebergtomizados no se enteraban de nada, y seguían tan tranquilos, pero los que conservaban el ganglio, habían entrado en una fase de respuesta al miedo extremo (se encogían acojonaos talmente). Para que no fuera cosa de otros sentidos interfiriendo, aislaron a estos pobres roedores y simplemente les exponían a las feromonas de otros ratones cojonados. Y funcionaba igual, es decir, dejaba de funcionar en los que no tenían conectado el ganglio.
Queda mucho por hacer, por supuesto, entre otras cosas ver cómo se
mapea y procesa esa señal, cómo es la captación de las ubicuas pero elusivas feromonas y demás. Pero no deja de ser curioso pensar que tenemos, en la punta de la nariz, un grupito de células especializadas en detectar cuándo nuestros congéneres están aterrorizados por algo. Lo mismo lo hemos perdido. Pienso ahora en ese autobús urbano en pleno agosto con bouqué de sobaquina, o al tarado ese que casi te roza al doblar la esquina y que iba bañando en Abrótano Macho o Varón Dandy -o alguna de esas esencias raciales y casposas del macho ibérico... que aún queda (y si no, díganme quién compra las cintas de Camela).
(Vaya, veo que el embargo se violó a comienzos del jueves, y ya
ADN había metido la noticia)
2008-08-23 16:37 Enlace
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Comentarios
1
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De: José Manuel |
Fecha: 2008-08-23 18:57 |
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El miedo es la emoción más antigua que existe en los animales. No es de extrañar que sea a través del sentido que aparecíó en primer lugar en la evolución: el olfato. El miedo nos ayuda a sobrevivir mientras no se convierta en miedo paralizante.
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Voy a tener que comprarme un bote de esas feromonas para el primer día de clase, así mis alumnos están acojonaillos desde el principio y no se me suben a las barbas.
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De: Iván |
Fecha: 2008-08-27 00:28 |
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Interesante noticia, gracias por compartirla Pez.
Eugenio, ¿un bote? mejor pillate un camion cisterna :P
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De: Anónimo |
Fecha: 2016-07-29 21:06 |
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Habíamos llevado el perro al veterinario a que le quitaran los espolones de las patas traseras, que tendían a enredarse en los arbustos. O quizás sólo porque no debían estar ahí y hacían feo. Pobre animal. Al ser subido a la mesa donde lo inmovilizaron, viéndose reducido a la impotencia, comenzados ya los preparativas, el olor que desprendía no lo he olido yo nunca: a puro miedo. Me sentí fatal, físicamente enfermo, envenenado; pero, haciéndome el valiente, quise permanecer en la sala. No lo consintió el veterinario, que me vio lívido y, según dijo, a punto de desmayarme. Y creo que sí lo estaba. El olor a miedo contagia el miedo, y también yo me sentí impotente.
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