La Historia se ha sostenido en un orden de acción cíclica. Los tiempos de la humanidad brotan con las sucesivas generaciones y siguen unas pautas marcadas por incesantes conflictos. Desde su génesis biológica, la conciencia del humán cobró la forma y el hálito de la criatura silvestre en pugna contra un caos que seguía su propio curso; la naturaleza es refugio y campo de batalla. El ser humano, siendo parte de ese tejido vital, percibió la dualidad definida en su integración con los ritmos de la naturaleza frente a su potencial transformador. La batalla por vivir en el mundo dio paso a una batalla contra el mundo. Empezó a sustituir la caótica armonía del curso natural - su paraíso edénico, la aceptación terrenal de la existencia - por un nuevo orden surgido de su creatividad, de origen demiúrgico. La creación nació como tal, y el tiempo de la naturaleza se convirtió en el tiempo humano, el tiempo de Dios. La dolorosa ensoñación de los milenios. A partir de aquella inflexión prehistórica, comienza el permanente intento de crear un nuevo orden que pretende alcanzar su realización a escala global en este siglo XXI. Efectivamente, la culminación de un tiempo. Por tanto, la historia es una conspiración del tiempo humano. Un potencial que sigue el cauce de las necesidades latentes en la especie humana. ¿Hasta dónde puede llegar el azaroso baile que incluso permitió la mutación de un ser que necesita ser algo que no es?. Son los errores de la naturaleza en constante experimentación. En última instancia, abandonó el paraíso terrenal y entró en el mundo celestial de las consignas culturales avanzadas. No solo ingenio para obtener alimento y protegerse de la aspereza del ambiente, sino una ingeniería para el alma. Técnicas y modelados agrícolas, ropajes con finalidad estética, agrupamientos comunitarios que ensayaban un primer boceto de fraternidad universal, ritos que respondían a la necesidad de gobernar el entorno, no ya de ser simplemente parte de él. La revolución neolítica pautaba los primeros peldaños hacia el reino de los cielos. A imitación del hermoso sueño contenido en su alma, el ser humano configuraba el entorno físico dándole forma y significado trascendente ante su mirada. Las divinidades personificaban a los fenómenos de la naturaleza, que es equivalente a señalar a la naturaleza como imagen divinizada mediante esa nueva ingeniería para el alma. En medio de todo el proceso, el ser humano descubrió un modo de relación íntima con su diverso entorno . Bautizó a la naturaleza en una exigencia de recíproca pleitesía. Quizá la mayor revolución de la Historia sea la abstracción radical. En la era pagana los dioses eran la imagen del mundo en función de una diversidad natural y psicológica, a nivel individual y colectivo, siempre en relación con la necesidad de forjar un mundo trascendente, pero sobre la base del flujo inmanente, de signos y objetos concretos que encienden la llama de la necesidad. Cada fenómeno era un aliado que guiaba al humán en su profundización creativa con su entorno. El panteón mitológico formaba parte, digamos, de un código lingüístico que permitía la sintonización entre el sueño humano y los fenómenos concretos que lo impulsan, relacionado con la capacidad metafórica.
Con la llegada del cristianismo, se rompen todas las conexiones con el flujo natural y el sueño humano relega todo su potencial y su responsabilidad en la idea de un único Dios trascendente en un proyecto de redención universal. Dicho proyecto se encauza con axiomas teológicos que convergen hacia la abstracción absoluta; las consignas culturales de los agrupamientos humanos ya no pueden ir trazando el camino según las necesidades de la época, la sociedad y los hombres concretos en dificultades específicas. Todo queda subordinado a la abstracción del Dios que nos guía hacia su reino celestial, en una Historia predeterminada y con un final inevitable. El humán se autoimpone la tarea de imitar la perfección de Dios en un proceso unívoco. Olvida lo substancial de su historicidad caracterizado por los movimientos cíclicos y la experienciación de contradicciones y opuestos en perpetuo baile de sinergias y entonces la idea de paraíso celestial se convierte en ideología totalitaria. Aquí empezó la alienación del ser humano por causa de esa búsqueda de reglas morales y espirituales de aplicación universal que tuvieran, además, una vertebración de unidad política. En expresión coloquial, digamos que la civilización grecolatina quiso solucionar el problema con un mazazo autoritario, sustituyendo, a grandes rasgos, la ingeniería secular por la fe teológica. Tanto en un caso como en otro, vemos a lo largo de la Historia a la corriente perfectibilista - que tuvo una formulación popularizada y concreta en la clandestinidad de aquél grupúsculo de Baviera, a finales del siglo XVIII - intentando forzar una metamorfosis del estado natural de la civilización en su camino hacia un Gobierno Mundial Totalitario. Posiblemente, el razonamiento abstracto creó la gran tragedia de la Historia moderna.
Misa negra, de John Gray, es uno de los libros de actualidad que hay que leer sin demora. A destacar sobre todo su precisión a la hora de detallar ese movimiento perfectibilista a través de la historia postpagana y hasta nuestros días. La metamorfosis secular supuso una furiosa subversión de una tradición espiritual de raigambre gnóstico-judaica (oriental, sin tapujos) cuyos elementos nucleares fueron revalorizados según las necesidades de la emergente sociedad occidental en la baja edad media que finalmente eclosiona con los movimientos ilustrados. Tanto la derecha como la izquierda son herederas y continuadoras del cristianismo, aunque fue la segunda la que instituyó por vía revolucionaria las claves de nuestro presente institucional. En origen, la derecha representaba ese principio de realidad sostenido en la validez de la tradición cristiana que aglutinó en su corpus ideológico valores de tradición pagana junto a los dogmas judeocristianos. La discontinuidad abrupta no existe en la Historia, ni en el plano político ni en el ideológico. Mucho hay de paganismo y cristianismo en la derecha y mucho hay de paganismo y cristianismo en la izquierda. La corriente cíclica ascendente ha integrado los diversos resortes de la Historia y el perfectibilismo es su factor común. Existe una universalidad subyacente a todas nuestras instituciones que tiene su origen en ese necesidad innata del ser humano en su afán de buscar la perfección y la armonía. No voy a descartar la posibilidad de que el mundo humano sea perfectible en un sentido global y más allá del conocimiento acumulativo. En cualquier caso, si existe un camino, parece que estamos errando el modo de recorrerlo. John Gray lo explica muy bien en su libro. Se equivoca, no obstante, en su apuesta por la inmediata muerte de la utopía. Demasiado optimista en ese sentido. El sueño humano es imparable, hasta su autodestrucción o hasta que consiga elevarse hacia las estrellas, si tal posibilidad fuese factible . La utopía solo podría morir cuando se produzca la eclosión al final del camino errado: un Gobierno Mundial Totalitario. El proceso ya esta en marcha, y para verificarlo no es necesario acudir a los teóricos de la conspiración ni a pseudo-documentales como "Zeitgeist". Espero que mi exposición haya sido lo suficientemente clara como para que no quepa duda sobre ello.
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