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Historias > El Paraíso Inhabitado De Ana María Matute
2009-08-29
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Hacía tiempo que no dejaba por aquí alguna nota de lectura, demasiadas historias en las que uno se lía y demasiado poca constancia. Como he vivido bajo la admonición del "recuerda que quien mucho abarca poco aprieta", asumo que siempre es mi responsabilidad. O de mis circunstancias también. Ahora le llamarían procrastinar y tal, pero es lo de siempre.
En cualquier caso, nunca dejo de leer. Cada vez más en la pantalla de un ordenador, así que el salto al elibro no será extraño (lo que no quiero es que sea tan caro ni tan dependiente de una marca, pero vamos, caeré porque hay que caer en esto de vivir en el siglo presente y no en el pasado). Pero los libros de siempre, los de pasta de papel y gran huella ecológica siguen ahí. Y estos días seguí las andanzas de esa niña que pudo ser
Ana María Matute en una historia tan terriblemente evocadora, tan otoñal hablando de una infancia, tan de tiempo que quedó como unos hilos flotando en las esquinas de las casas viejas, en las que suena la tarima y lanza olor de siglos de encerado. Cada vez que caigo en Ana María Matute peterpaneo un rato de su mano, volando por casas donde la vida real estaba en las cocinas y las habitaciones del servicio, donde olía al carbón que además tiznaba, un mundo que no viví, pero que uno no puede dejar de vivir leyendo novelas como "Paraíso inhabitado".
La narración de una niña que nació cuando sus padres ya no se querían, como declara de manera palmaria en la primera frase de la novela, muestra ese mundo mágico y terrible de la infancia, de una infancia de los tiempos en que la escritora era niña. Uno imagina ahora a la narradora acercándose a la muerte y recordando aquella vez en que vio escaparse al unicornio del tapiz del salón de la enorme casa. Evocación tras evocación, con la misma magia (me corrijo, con mucha más magia) que cuando se adentra en una nueva prosa épica de señores y feudos, como había hecho en sus dos últimas novelas. De alguna manera, al leer sabes que ese mundo pasó, desapareció hace tanto tiempo que ahora es un territorio mítico en el que la mirada de una niña que sabe primero que es rara y luego que es mala, en la lectura que harían los mayores de ella (los Gigantes) tiene una lógica aplastante. Los personajes que pueblan estos paraísos son apasionantes, más cuando se convierten solo en un pequeño apunte, unas pocas frases que justo rozan la narración. Uno querría saber más de la vida de esa tía tan moderna, de su amigo o amante ruso, de la bailarina o del novio de una de las fámulas... pero no podemos porque la misma maestría que siempre despliega Ana María Matute (lo reconozco, caigo siempre rendido y desarmado) con su forma de escribir y de inventar o relatar, la tiene en cerrarnos el paso a otras historias. Uno desearía, como pasó con los países del olvidado Gudú Rey, un ciclo de novelas, una saga, al menos una serie de televisión que no fuera serie española de televisión, ni siquiera televisión... pero no es posible. La medida justa, la dosis exacta (escasa), la historia que recoge los matices y las insinuaciones, los velos y los desvelos, además de las revelaciones. Y el final que llega, inexorable, dejándote en ese estado de las veces cuando aspiras y haces una pausa, y notas un cierto vacío porque ya no puedes tomar más aire, y en algún momento tendrás que expulsarlo y deshincharte. Espiras, claro, y la novela se ha acabado dejándote hilos alrededor. Flecos que se van disipando con la luz de la mañana.
Me pareció que tenía ganas de llorar, o de estornudar, o de algo que quería decir y no se atrevía. Y por primera vez supe que aunque éramos hijas de los mismos padres, si no lo hubiéramos sido, también seríamos hermanas. Así lo había sentido hacía mucho tiempo (un tiempo que de pronto me parecía larguísimo) con los gemelos, Jerónimo y Fabian, incomprensiblemente desaparecidos. Desaparecidos como papá, como la tarde de Historia de dos ciudades y Las Cruzadas, y los pájaros persiguiéndose en la nieve. Y me dije que aquello que todo el mundo llamaba años, o tiempo, y yo no sabía cómo llamar, era un dragón devorador, un lobo, una hiena -otra vez se repetían los cromos del Álbum Nestlé-.. Y me atemorizaba el mundo que estaba esperándome con las fauces abiertas puertas afuera, el mundo atroz del que oía decir que estaba lleno de malas gentes incendiarias, malas gentes que apaleaban a critaturas tan dulces y entrañables como Teo: el mundo donde reinaban en los colegios niñas como Margot, capitanas de pelotazos y burlas dañinas. Y, sobre todo, el mundo que pohibía que Gavi y yo siguiéramos encontrándonos en su piso bajo el terrado (Kai y Gerda en vuestro Jardín sobre el tejado ¿adónde habíais huido?...). Era el mundo acechante, devorador, desconocido. Indiferente a que hubiera llegado anticipadamente la primavera.
2009-08-29 09:59 Enlace
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Comentarios
1
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De: Jorge garcia |
Fecha: 2009-08-30 08:17 |
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El blog del osito es lo mejor quiero que vuelva por favor
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De: eulez |
Fecha: 2009-08-31 19:23 |
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Una serie no española sobre Olvidado Rey Gudú... la HBO por ejemplo? Que maravilla harían, seguro. Están ya rodando la adaptación de "Juego de Tronos", pero como que no es lo mismo...
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De: Pilar |
Fecha: 2009-09-20 21:28 |
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Con este artículo despiertas el apetito.
Me lo dejaron, lo leí... ¡quiero maaaaás!
Esta mujer tan grande no deja de crecer.
Gracias por escribir esto tan bonito.
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