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2003-04-09
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Vida Y Genoma
2003-04-09


Publicado en Territorios (El Correo), Ciencia/Futuro, miércoles 9 de abril de 2003

Este mes de abril se cumplen cincuenta años desde la publicación de los resultados de Watson y Crick sobre la estructura de doble hélice de la molécula de DNA. Debido a la trascendencia que tuvo ese descubrimiento, que marca en cierto modo un comienzo para toda una nueva era de las ciencias biológicas, a lo largo de todo el mundo se están celebrando conmemoraciones de todo tipo. Algo que muestra cómo, por un lado los científicos también gustan de establecer sus momentos más o menos festivos, pero también la necesidad de recordar que la ciencia es una empresa común en constante desarrollo.

Este medio siglo es un punto de partida de la mayor exposición realizada nunca sobre la vida. El pasado viernes 4 de abril se inauguraba en el Museo de las Ciencias Príncipe Felipe, de la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia, la exposición Vida y Genoma: siete mil metros cuadrados de módulos interactivos, paneles, escenografías y audiovisuales que pretenden ser un compendio de la ciencia en nuestro tiempo. Culmina además así el proyecto del centro de divulgación científica más grande de Europa, convirtiendo la tercera planta del edificio de Santiago Calatrava (una superficie cubierta por arcos de hormigón y cristaleras realmente grandioso, con una superficie equivalente a dos campos de fútbol) en un símbolo emblemático, como explicaba el presidente del comité científico del museo, el biólogo Santiago Grisolía.

El "bosque de cromosomas", uno de los elementos más sorprendentes de Vida y Genoma, es hijo de dos de los más relevantes divulgadores científicos de nuestro país: el director del Museo de las Ciencias Príncipe Felipe, el periodista Manuel Toharia, y el director de los Museos Científicos Coruñeses Ramón Núñez. Se trata de una representación a gran escala de los veintitrés pares de cromosomas del genoma humano. Un verdadero bosque que agrupa, como comenta Manuel Toharia "centenares de ideas en torno a la genética, en torno al propio ser humano". En torno a cada par cromosómico, una serie de elementos interactivos y audiovisuales, permite conocer algunos de los genes que están contenidos en esas estructuras: su utilidad, su estructura, la relación que tienen los genes humanos con los de otra especies animales o vegetales... Posiblemente la inmersión del visitante en este bosque es uno de los efectos más espectaculares de los que se han diseñado para la ocasión.

La exposición toma partido por el visitante, por el ciudadano que no tiene una formación científica concreta, pero que vive en un mundo en el que la biología, la bioquímica o la genética son ciencias que generan continuamente avances, descubrimientos, y controversia. Diferentes niveles de lectura y participación, desde la manipulación de objetos a la evocación que producen los antiguos atlas de historia natural del siglo XVI, como los que envuelven en el llamado tunel de la biodiversidad al visitante según sube por la escalera mecánica de acceso, son herramientas museográficas para un conocimiento "divergente". Es una de las señas de identidad de los trabajos museísticos de Moncho Núñez, un acercamiento provocador o sugerente, que permita a quien realiza la visita obtener información, pero sobre todo, desarrollar sentimientos hacia la ciencia. La contemplación de una simple vela encendida en medio de un grupo de ellas apagadas ha permitido a los autores realizar un discurso sobre la definición de lo que es un ser vivo: si un ser vivo podemos definirlo operacionalmente como algo que es capaz de nacer, crecer, alimentarse, reproducirse, moverse o respirar, ¿no sería entonces la llama de una vela un ser vivo?

En los museos de ciencia, como sucede en esta exposición, se valora cada vez más al objeto de colección -que era, hace un siglo, el centro de los museos de la naturaleza- pero aprovechando sus propiedades de evocación de preguntas. Así, una exposición de gemas preciosas sirve aquí para comprender la diferencia entre el mundo animado y el inanimado, que sin embargo comparten la misma base, la misma materia: átomos enlazados y ordenados. La exposición, que ha sido generada en unas dos terceras partes ex profeso, incorpora también elementos de otras exposiciones y otros centros, una línea que el Museo de la Ciencia Príncipe Felipe ha llevado desde su puesta en marcha.

Posiblemente, una de las características de la divulgación actual en los centros de ciencia es el uso de ingredientes provenientes de la museografía además de otros que vienen más del mundo audiovisual, del periodismo o, a veces, de la propia calle. No se trata de aislar la realidad de un mundo complejo en compartimentos estancos que puedan ser enseñados separadamente (por un lado la matemática, por otro la física, por otro la química... etcétera), sino que cada elemento permite preguntas que son de diferentes ámbitos. Esta pluridisciplinaridad permite, en Vida y Genoma, que al hacer la historia de la vida en la Tierra se aúnen elementos provenientes del Amazonas o de la carrera espacial, podamos analizar el mundo celular o acercarnos a los descubrimientos más recientes en paeloantropología.

En general, en nuestro país, los centros de ciencia están mostrando, día a día, cómo estos temas pueden llegar a interesar a millones de visitantes. La próxima inauguración del Museo de la Ciencia de Valladolid (sin confirmar, aunque será antes de un mes por cuestiones electorales) y la reciente puesta a punto del Mallorca Planetarium, en el Centro Astronómico de Mallorca en Costitx, muestran cómo las administraciones públicas y algunas empresas van apostando por la divulgación científica como parte de un ocio cultural cada vez más necesario.

Turismo Científico, Interés Social
¿Pueden los museos de ciencia convertirse en focos atractores del turismo? Esta es una de las cuestiones que plantean los responsables de estas instalaciones en sus reuniones anuales. Por el momento, las cifras muestran cómo estos centros consiguen ser, en su entorno, muy visitados. Lugares como La Coruña, con sus diferentes museos, la Casa de las Ciencias, Domus (la casa del hombre) o el Aquarium Finisterrae (la casa de los peces), se han convertido en un destino para muchas personas. Más de un millón de personas que visitan anualmente el Museo de las Ciencias Príncipe Felipe muestran cómo el fenómeno Guggenheim no sólo tiene que ver con los museos de arte. Los centros que existen en Alcobendas, Madrid, Cuenca, Barcelona, Castellón, Valencia, Murcia, Granada, San Sebastián, Pamplona, Logroño, Las Palmas o Tenerife reciben visitantes no sólo de su área geográfica, sino también turistas de paso.

Pero un factor más relevante, a juicio de los promotores de estos centros, es el trabajo de mediación entre ciencia y sociedad que realizan: cuestiones de actualidad, nuevos descubrimientos, desarrollos tecnológicos que a menudo generan debate entre el público, son presentados y discutidos así alejándose del formalismo, permitiendo un acercamiento más directo, sin que el rigor científico, como decía el director del Museu de la Ciència de Barcelona Jorge Wagensberg, "se confunda con el rigor mortis".

2003-04-09 18:52 Enlace

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