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Historias > Desmesurado Palinuro E Historia De La Ciencia Médica
2016-01-26
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Llevo unas semanas queriendo hacer una entrada sobre la lucha que he sostenido estos últimos meses contra (o
con más bien)
"Palinuro de México" (por cierto, qué pobre la entrada en la wikipedia de la obra, qué pena), de
Fernando del Paso. No había leído al último premio Cervantes, uno más entre esos grandes escritores que pertenecen a un mundo que no me ha sido dado (aún) conocer. Uno de esos, menos, que cuando descubres te hacen preguntarte por qué nadie te había hablado de ellos, cómo es que podías haber ignorado que existían. Uno de esos que, cuando te pones a leer alguna obra suya, te preguntas si este será uno de esos "escritores totales" ante cuyos textos caes rendido, más allá (incluso en contra) de la opinión que te merezca el autor, como en mi historia han sido escritores como (y no es el orden de mención prelación de importancia) García Márquez, Lázaro Carreter, Jorge Luis Borges, William Faulkner, Leon Tolstoi, Alejo Carpentier, Lawrence Durrell, Mario Vargas Llosa, Alfredo Bryce Echenique, Bernardo Atxaga, Rafael Alberti, Elena Poniatowska, Charles Dickens, Ernesto Sábato, Antonio Muñoz Molina, Francisco Umbral, Juan Goytisolo, ... entre otros. (Paro porque empiezo a darme cuenta que, como en otros ámbitos, me entrego demasiado fácilmente y corro el riesgo de descubrir que quizá casi todos los escritores han sido esos escritores totales para mí en algún momento, cosa que sería objeto de otra reflexión que ahora no querría acometer).
Fernando del Paso, en fin. Había leído, cuando de repente todo el mundo hablaba de él como un "must" de la literatura, es decir, cuando le concedieron el Cervantes 2015, algunos artículos, comentarios sobre la trascendencia de su obra (generalmente laudatorios, muchos de ellos lo bastante equívocos o vagos como para hacerme sospechar que realmente el crítico en cuestión estaba hablando de oídas; pero había otros que sí dejaban ver que había fuste, un poder de esos que mueven las páginas). Tenía pues que leerlo. Y me comprometí, tras finalizar alguna otra tontería de esas que uno aborda cuando está de baja de releer la obra completa de alguien etcétera, a hincarle el diente a del Paso. Tras remolonear entre sus títulos, decidí empezar por el opus magnum, por la que menos me recomendaron quienes suelen servirme de guía. Soy así, y por ello decidí atacar la historia de Palinuro. Leí que el autor decía, en cualquier caso, que era esa la obra de la que se sentía más orgulloso, así que no hacía sino seguir su dictado.
Si no la han leído, no podrán entender mi agitación en cuanto comencé a leer la ¿novela?, en una versión digitalizada de la edición del Fondo de Cultura Económica que prologa Francisco González Crussí, quien activó mi curiosidad definitivamente al escribir sobre los monólogos de los personajes que componen la larga obra:
De qué hablan esas voces? De todo: ya se dijo que la obra exhibe una ambición totalizadora casi monstruosa. Maravilloso torrente de metáforas deslumbrantes, de barroca imaginación y de lirismo arrebatador: no por nada la crítica mundial se pasmó ante este espectacular derroche de color, de espléndidas metáforas y auténtica erudición. Pero hay un tema recurrente: el cuerpo humano y su estudio por la medicina. Palinuro, es decir Fernando del Paso, quiso ser médico, atraído más por los aspectos «románticos» de esa profesión que por sus escuetas realidades.
Y es estrictamente cierto. No había encontrado en libros de historia de la ciencia ni en textos de divulgación médica algo tan atrayente como la narración sobre la historia de la medicina, convertida en poderosas metáforas visuales en las que puedes casi sumergirte, llegar a oler o salpicarte con sangre y vísceras. Algo muy intenso, terrible y poderoso. Subyugado, sigo sin dejar de maravillarme ahora ya en la relectura de algunas partes que dejé marcadas.
Porque no he podido leer el libro sin detenerme a veces hasta veinte veces por página para ir a Internet y comprobar la historia que estaba narrando, descubrir al personaje que mencionaba, saber cuándo, qué y quién había hecho lo que cuenta. Estrictamente cierto, además. Enciclopédicamente documentado y demostrando una erudición realmente fuera de lo normal. Ojo: no solamente eso, sino que el castellano rico, exagerado, luminoso y oscuro, con el que narra las historias, exige igualmente un constante paseo por el diccionario. Enciclopedia y diccionario, dos herramientas que me gusta usar cuando estoy leyendo porque significan que el autor me ha ganado desde el principio, y me obliga a estudiar un poco más allá de mi ignorancia.
Me he enamorado, me gustaría poder llegar un día a saber tanto como para leer una de las páginas de Palinuro sin necesitar acudir al diccionario o a la enciclopedia. Sé que nunca podré conseguir ni una sombra de lo mismo, ni siquiera aunque mi Palinuro fuera astrofísico, un suponer, y manejara por lo tanto las claves de una ciencia a la que he dedicado más años. Porque alguien podría pensar que eso nos pasa simplemente porque no nos han enseñado la historia del mundo adecuadamente, es decir, incluyendo la búsqueda de la ciencia, de la filosofía más allá de las grandes cuestiones. Y aunque esto sea cierto, lo es más aún, es patente, que en general hemos vivido demasiado de espaldas a los cambios en el mundo, que se han dado, especialmente en los dos últimos siglos, de la mano de las ciencias y las tecnologías.
[Un paréntesis necesario: una sensación algo relacionada con esto me ha pasado, también en el tema médico, con una quizá demasiado efectista serie de tv reciente,
The Knick, dirigida por Steven Soderbergh, en la que la medicina se convierte también en materia narrativa con mucho poder. Me encantaba ver en los diferentes episodios referencias reales a historias de la medicina (las anestesias, las transfusiones, los partos con cesárea, Mary la Tifoidea...) que no se suelen contar habitualmente en este mundo carente de historia de la ciencia. No es casual que muchos de esos temas estén de hecho en Palinuro. Al ver la serie me resultó curioso esta concomitancia entre dos productos culturales tan diferentes. Quizá es un sello de que ambos tienen una gran calidad en su estilo.]
¿Parezco exagerado? Puede que lo sea. Pero miren este párrafo casi al comienzo de la obra:
Fueron tantos los conocimientos de bacteriología, fisiología y bioquímica que el tío Esteban tuvo que entender y memorizar para convertirse en el vendedor estrella de los laboratorios. Fueron tantos los misterios y los prodigios del cuerpo que le fueron revelados: la danza de las arterias del cuello que se ondulan como serpientes en la insuficiencia aórtica; las quinientas funciones del hígado en el metabolismo humano; la jornada de los espermatozoides que viajan contra la corriente, como los salmones plateados, en busca del huevo que existe ya desde el nacimiento de la mujer y que ha esperado, en la oscuridad, veinte años, o cuarenta quizás, para ser fecundado, y los ojos frescos de los muertos que aguardan sumergidos en agua citratada en el banco de ojos de Lariboisière la oportunidad de abrirse en otro cuerpo y a otros paisajes… Fueron tantas, también, las historias y biografías de investigadores y médicos que tuvo que leer para escribir sus artículos sobre la historia de la medicina —la vida triunfante de Pasteur y la vida oscura de Mendel, la vida trágica de Servet y la vida legendaria de Albucasis— y tantas las ilustraciones y las láminas que pasaron por sus manos, desde las danzas de la muerte de Holbein de Basilea que inspiraron a Saint-Saëns y a Glazunof, hasta los apestados de Jaffa del Barón Gros, pasando por todos los estropeados de El Bosco, los dentistas de Van Ostade, los poseídos de Van Noort, los barberos cirujanos de Teniers, los pestíferos de Poussin, los leprosos de Hans Burghmair, los ciegos de Brueghel y los tiñosos de Giovanni della Robbia, que el tío Esteban no sólo no se sintió jamás frustrado, sino que incluso llegó a pensar y a actuar como un médico de verdad, y a creer que de alguna manera había vivido, por arte de la metempsicosis —o metemsomatosis— la existencia de todos aquellos hombres que admiraba, o por lo menos, la de sus ayudantes más íntimos.
¿Qué? ¿Qué les parece? A mi un párrafo así me deja extenuado. Por ejemplo, la danza de las arterias del cuello. Le tendré que preguntar a
Julián Palacios que es mi cardiólogo de referencia (para hablar, luego los que me tratan son otros, pero con ellos no me atrevo -aún- a hablar de literatura) pero revisando por ahí
algunos apuntes en red de cardiología descubro que uno de los síntomas de la insuficiencia aórtica que aparecen en el examen físico es la "danza arterial" en el cuello, por los latidos arteriales aumentados de amplitud, de ascenso y descenso rápido.
Por cierto, que el cardiólogo me ha contestado: "Efectivamente, es típico en la insuficiencia arterial es el pulso magnus céler, que se ve directamente o al palpar la carótida, y los libros también mencionan que el paciente asienta levemente con la cabeza a cada latido (signo de Musset, nunca lo vi) o que el lecho ungueal tenga "oleadas" de sangre (signo de Quincke, este sí que lo he visto)."
"Las 500 funciones del hígado":
métanlo en su buscador y comprobarán cómo ese dato está repetido en cientos de páginas. Hasta la
Fundación Canadiense del Hígado lo afirma en el primer párrafo de su web: "Weighing in at just over one kilogram, the liver is a complex chemical factory that works 24 hours a day. It processes virtually everything you eat, drink, breathe in or rub on your skin and that's just some of its over 500 different functions vital to life." No sé de dónde viene decir esto, y tampoco me he puesto a comprobar si son realmente quinientas, o si alguien ha tenido el cuajo de listarlas. Según la wikipedia en inglés, ese dato es habitual de los libros de texto. (En las citas, ellos ponen
"Hepatology: A Textbook of Liver Disease (4th ed.)" de Zakim et al, 2002).
Vale, lo de los espermatozoides como salmones puede ser más prosaico. O recordarnos que realmente los huevos humanos están formados ya desde el nacimiento de la mujer. Pero, ¿qué me dicen de la mención al banco de ojos de Lariboisière? El hospital de Lariboisière, erigido a mediados del XIX, en París, destaca junto con otros como el des Quinze-Vingts por su servicio de oftalmología. Pero en la historia de la medicina es más conocido por haber nacido ya con la teoría higienista, y en él los pacientes fueron clasificados por su cuadro clínico, algo habitual posteriormente. Leí hace poco que fue precisamente por estar en el 10
e arrondissement, uno de los que recibió a los pacientes de los atentados fundamentalistas de París de hace unos meses. Es cierto que a veces las referencias de Palinuro son exiguas, pero sigo con ganas de encontrarme con la historia de los ojos de muertos del Lariboisière, algo posiblemente relacionado con su carácter de centro de beneficencia (como todos los hospitales en aquella época, a los ricos se les trataba en casa, por aquí
una historia de este hospital). Curiosa en cualquier caso la referencia al agua citratada: el citrato de sodio se usa
como anticoagulante y de ahí el que se usara. Si tengo tiempo, habrá que consultar a
Rubén Pascual, Ocularis, que seguro que sabe de esas cosas...
En fin, no sigo porque creo que entienden perfectamente el reto: cada párrafo contiene referencias a historias terribles, apasionantes. A veces me ha permitido encontrar maravillas, como pasó con la referencia a los leprosos de Hans Burghmair (que realmente suele escribirse como
Burgkmair el viejo), un pintor alemán del XV-XVI que realizó
grabados de leprosos como el de San Iduberga ayudando a los leprosos
que pueden ver aquí. Por supuesto, a todos nos suena Durero, pero este artista del corte en la madera y los grabados tiene joyas como para pasarse unas buenas jornadas disfrutando.
Les dejo con un ejercicio que aparece unas líneas más abajo de la cita que coloqué. Lean esto: "Y fuimos nosotros dos, primo y prima, los que siempre creímos que de verdad el tío Esteban había sido, en otra vida, el doctor Wertt de Hamburgo, al que quemaron vivo con todo y faldas por haber asistido a un parto disfrazado de mujer". Solo les digo que busquen a este Wertt de Hamburgo, que en 1522 se vistió como mujer para observar a las matronas cómo llevaban a cabo los partos. Y le pillaron...
Bien. Baste esto como un aviso: no lean Palinuro, o al menos no se pongan a comprobar todas las referencias, porque la labor es ardua, y pueden acabar necesitando, como el tío Esteban, dedicar su vida a la medicina. O seguir leyendo.
2016-01-26 17:26 Enlace
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