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Historias > Un Viaje De La Mano De La Luz (#WomeninSTEM)
2016-02-11
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Así comienza mi capítulo en el libro DESTELLOS DE LUZ, editado por la Universidad Pública de Navarra en colaboración con el Planetario de Pamplona y el Club de Amigos de la Ciencia de Navarra, con motivo del Año Internacional de la Luz 2015. Un texto variado y entretenido con un montón de contribuciones divulgativas y sabrosas sobre las muchas dimensiones, historias y usos de la luz (
lo venden por aquí). Se trata, mi capítulo, del decimooctavo, dedicado a la luz del Universo (el lenguaje que nos permite ir más lejos). Y lo titulé "Citius, Altius, Fortius".
Hoy, como es un día que se quiere dedicar en las redes a la mujer en la ciencia, que existe, que es fundamental y todo eso, pero sigue sin reconocerse y sin colocarse en una situación de paridad con el hombre, he querido traer la primera parte del texto, que se dedica en parte al trabajo fundamental de un grupo de mujeres mal pagadas y poco consideradas que decidieron a pesar de todo ser astrónomas.
Un viaje de la mano de la luz
“Más lejos, más alto, más fuerte” es el eslogan que acompaña a las Olimpiadas modernas desde que su inventor, el barón Pierre de Coubertin, recabara este latinismo para indicar el espíritu de superación que implica la competición deportiva. Pero posiblemente ha sido la astronomía la actividad humana que mejor ha podido representar esa propuesta de llegar hasta los confines, más allá del mundo que habitamos y con más fuerza (e imaginación) de la que nos permite vencer al cronómetro. Cuando Coubertin creó el primer Comité Olímpico Internacional, en 1894, un equipo poco conocido incluso hoy día, compuesto únicamente por mujeres a las órdenes del director del Observatorio de Harvard en Massachussets (EEUU) el astrónomo Edward Charles Pickering, estaba siendo olímpico mucho más allá de lo que nunca nadie lo ha sido. Así que aprovechemos la excusa del final del siglo XIX, cuando se estaban iniciando los estudios que darían lugar al estallido de la luz como tema y vehículo fundamental de la nueva ciencia, para conocer al llamado “harén de Pickering”, mujeres que tuvieron precisamente mucho que ver en algunas de las historias que recogemos en este capítulo, pero sobre todo en el avance de la ciencia básica del conocimiento del Universo.
El "harén de Pickering". Las calculistas del Observatorio de Harvard en torno a su director, el astrónomo Edward Charles Pickering, en una imagen de 1913. Cortesía del Harvard-Smithsonian Center for Astrophysics. Las científicas (de izda a dcha.): FILA SUPERIOR: Margaret Harwood, Mollie O'Reilly, (Edward C. Pickering), Edith Gill, Annie Jump Cannon, Evelyn Leland, Florence Cushman, Marion Whyte, Grace Brooks. FILA INFERIOR: Arville Walker, Johana Mackie, Alta Carpenter, Mabell Gill e Ida Woods. En la imagen no aparece Henrietta Swan Leavitt, aunque en aquella época pertenecía al grupo.
Las calculistas, como Williamina Fleming, Annie Jump Cannon, Antonia Maury o Henrieta Swann Leavitt, entre otras decenas que desde 1890 y hasta los años 20 trabajaron en Harvard, eran mujeres con la máxima formación permitida a las mujeres en la machista sociedad victoriana de Nueva Inglaterra, con sueldo menor que cualquier subalterno masculino y dedicadas a la sistemática inspección de miles de placas fotográficas que recogían la tenue luz de los objetos celestes. En aquella época, los grandes telescopios eran capaces de discernir cientos de miles de estrellas allí donde el ojo sin ayuda sólo veía unas decenas. Pero además, el invento de la fotografía permitía compartir registros de cada observación para hacer análisis posteriores.
Pensemos que hasta comienzos del XVII todas las observaciones astronómicas se hicieron con el ojo como único instrumento. El anteojo astronómico, es decir, el telescopio, como demostró Galileo Galilei (la primera persona en publicar una guía de observación astronómica, el “Sidereus Nuncius” o “Mensajero de las Estrellas”, editado en marzo de 1610) amplificaba la capacidad de observación del ojo, porque además de atraer los objetos lejanos, esto es, de aumentar el tamaño aparente o angular de un objeto observado, recolectaba más luz y era así capaz de ver objetos más débiles.
Pero la observación seguía siendo un acto personal: el detector final era el ojo, y la pericia del observador tomando notas, reconociendo patrones y formas o comparando brillos, era la única forma permitida de compartir los nuevos conocimientos de la astronomía. En el siglo XIX, con los primeros daguerrotipos (inventados en 1839 por Louis-Jacques-Mandé Daguerre -de ahí el nombre- fueron las primeras placas fotográficas) apareció una nueva manera de registrar y conservar observaciones astronómicas: en cierto modo, la fotografía fue capaz de domar la luz, y así los astrónomos serían capaces de desentrañar el lenguaje con que nos habla el Universo.
Y ese era el trabajo de las calculistas de Harvard. Las placas fotográficas obtenidas noche a noche por los astrónomos de los diferentes observatorios eran reveladas y fijadas, pero había que estudiarlas con detalle mediante lentes de aumento; también era preciso poder comparar las obtenidas con meses de diferencia, y así poder hacer catálogos, identificar los tipos de objetos que se veían, e intentar poner orden en ese Universo lleno de luces. El director anterior a Pickering en Harvard, con el mecenazgo de la familia del aficionado a la astronomía y empresario Henry Draper, había acometido la primera cartografía y catálogo sistemático de los objetos celestes accesibles al telescopio, creando el primer catálogo estelar moderno, el que lleva su nombre (y uno de los que, con las sucesivas revisiones, sigue siendo una de las principales referencias actuales para la nomenclatura de estrellas. Habitualmente el número de catálogo va precedido por las iniciales de Henry Draper: HD).
Las mujeres que realizaron esta labor durante varios decenios fueron seleccionadas por ser las más brillantes de su género (algo que posiblemente en aquella época no contaba demasiado) y porque se creía que las mujeres estaban mejor dotadas que los varones para labores sistemáticas y repetitivas. Además, cobraban menos... Fuera por las oprobiosas razones que fueran, y sabiendo también que nunca pudieron ni realizar observaciones, ni doctorarse, ni siquiera hasta bien entrado el siglo XX firmar los artículos de sus investigaciones o presentarlos en congresos, lo cierto es que sin estas mujeres no habríamos llegado a saber leer los muchos misterios que nos escondía la luz.
(el resto del capítulo, en el libro...)
2016-02-11 11:52 Enlace
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