Soy lector irregular de poesía, con tendencia a abandonar la práctica demasiado a menudo. Lo sigo intentando, es cierto, y en mi mesilla siempre hay un par de tomos en proceso de lectura. Pero el nombre de Blas de Otero y un par de poemas son parte de mi biografía, como imagino que lo son de tantos otros de mi generación. La culpa la tuvieron unos músicos.
En primer y poderoso lugar, Paco Ibáñez. El disco que recogía su actuación en el Olympia de París en 1969 fue uno de mis primeros acercamientos a la poesía clásica y contemporánea, además de descubrir el valor de un poema para agitar la mente o llamar a la lucha. Desde luego, el plantel de escritores que musicó Ibáñez (Góngora, Quevedo, el Arcipreste de Hita, Alberti, Nicolás Guillén, García Lorca, Jorge Manrique, León Felipe, José Agustín Goytisolo, Gloria Fuertes, Luis Cernuda, Miguel Hernández y, claro, Blas de Otero) es una de las más esplendorosas colecciones de poesía en castellano que uno puede imaginarse amar a tiernas y preadolescentes edades.
Allí Ibáñez cantaba "Me queda la palabra". Unos versos poderosos que en la voz del cantor me siguen escalofriando.
Así conocimos a Blas de Otero, con el disco del Olympia, ese mítico teatro parisino donde, decían, iban las grandes estrellas. A pesar de que a Ibáñez casi no se le conocía "oficialmente" porque no salía en la radio, ni en la tele. Era parte de ese otro mundo paralelo que en el tardofranquismo nos marcó más que el de la dictadura. Y ese disco era el objeto de deseo más rompedor.
Claro que no teníamos el disco, sino una cinta grabada que mi hermano mayor tenía puesta todo el día en ese cassette portátil Philips muy de la época, uno que había que apretar hacia adelante y con cuidado el botón para la reproducción, porque si lo torcías a la izquierda rebobinaba la cinta, y al contrario a la derecha. Si le dabas muy fuerte acababas cargándote el botón (era el Typ EL 3302).
Allí escuchamos esos años a Ibañez y lo más granado de la poesía. Bueno, también a otros (incluso a Cat Stevens mucho antes de que se hiciera mahometano, qué cosas). Cierto que ya para entonces la primogenitura comenzaba a hacer agua y en los ratos en que Jon no acaparaba el cassette podíamos ir colocando nuestras cintas también.
Tuvo que ser después del 71, que fue la fecha en que se publicó, el disco, lo asocio más a unos 4 años después, coincidiendo con algún verano en la costa catalana. Descubrí otra versión de "Me queda la palabra", de la mano de un grupo que también me marcó, con su disco de los poetas andaluce "de ahora" y con ese disco conceptual titulado "Apocalipsis". Me refiero, claro, a a Aguaviva.
Son los responsables de que oiga "Blas de Otero" y me suene esa frase de flauta con que empezaba la canción. Aquí pongo una versión de unos talluditos Aguaviva en 2011, en una actuación deliciosa en Segovia.
No me hagan preferir una de las versiones frente a la otra. Sin cualquiera de ellas yo habría sido diferente, a ambas las necesito para volver a recordar esos años, esas emociones.
Al poeta, claro, lo tenemos en sus textos. Ahora he rescatado en formato electrónico algunos de sus libros para ir leyendo estos días en plan homenaje del centenario). Aquí el poema del que vino todo: