Pues no sé. Si hubiéramos de dejarnos indignar por superlunas o soles poca leña nos quedaría después para calentarnos al fuego de empresas mayores. A menos, claro, que se sea un energúmeno, que a éste no le faltará energía en tanto no lo abandone su demonio (una de las acepciones de 'energúmeno' es 'endemoniado'). Y se resentiría la salud.
Al alérgico o hipersensible le sugeriría a que no se deje indignar; que considere lo suyo cual minucia. Su irritación trátela como a una gripe suave: reposo, paños calientes, zumos y caldos, aspirina o paracetamol cuando suba la fiebre. No desdeñe la última recomendación: los propios dioses, que a diario tienen que ver supercherías mayores que supersoles, toman antipiréticos. Muy útil también el lavado habitual de manos (y de ojos, y de todo), en particular si se ha estado viendo TV, aunque sin incurrir en hipocondría. Ya verá que con esto en un par de días remiten los síntomas.
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-- Me trae sin cuidado que "mucha gente se acabe creyendo cualquier mierda". No estoy aquí para enseñarles. Allá él si quiere. ¡Fuerte arenga! Menudo filántropo está hecho. Pues que le hagan un monumento. Además, que me creo lo que me da la gana. ¿Quién se cree ese Armentia que es para llamar "mierda" a lo yo que creo?
Acaba de decirlo uno que pasaba por aquí y ha mirado la pantalla.
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Para inducirle a que no se tome las minucias a pecho le invito a recordar la hazaña realizada por Camacho. El del 'Las bodas de Camacho', en Quijote, 2ª parte, allá por el capítulo 20 arriba o abajo. Recuérdelo y, si le parece oportuno, siga su ejemplo:
"Tan hondo penetró en el corazón de Camacho el desdén de Quiteria que en un momento se la quitó de la cabeza".
Algo así dice Cervantes. Y a continuación dispone Camacho que prosiga el convite para quienes le han burlado.
Véalo. Ahí hay dos extremos: el "tan hondo..." y el "en un momento...". Donde el ánimo de Camacho pudo desbocarse. Pero, siendo temple de acero el suyo, y además liberal y magnánimo, sabe permanecer en el espacio habitable intermedio. Inmune a la puñalada ofensiva, no se indigna ni contrista: permanece dueño de sí. Lo admiro, no es nada fácil. A mí me cuesta Dios y ayuda.
También Aristóteles, en su Ética (*), podrá aconsejarle. Acerca de cuándo y cómo conviene indignarse. A Jesús se le fue un poco la pelota con eso: no se trata de poner la otra mejilla --enseguida nos dejarían las dos del color de los mejillones--, se trata de buscar el término medio adecuado en todo. Tal vez le convenga hacer por encontrarlo. Si alguna vez --mucho más adelante, en su vejez-- vuelve a este comentario, no tenga que lamentar el haber dilapidado sus reservas energéticas. Lo hago extensivo a los círculos autodenominados escépticos.
(*) ¡Bendito y alabado sea el poderoso Anonimato! Joé, parezco un Catón. Cuando ya dice Sancho Panza que bien predica quien bien vive, y si se me conociera...
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